El Chivato

Yo no sé quién es quién, ni cuándo es cuándo

Notas sobre el compromiso político en las artes escénica

Tras una semana de residencia teatral en Francia, vuelvo a España. El teatro me espera a la entrada.

En la radio se habla de un chico joven. Ha abierto una sala de teatro. Se le pone como ejemplo de la cultura y el compromiso. Se le dedica mucho tiempo. Le preguntan al joven empresario: «¿Qué tipo de teatro quiere hacer?». «Comedia comercial –dice sin dudar–, ahora todos queremos reírnos» –amenaza el chaval–.

No hay duda, estoy ya en España.

Minutos después me encuentro viendo una gala de unos premios de teatro que se dan en Extremadura. Parece que hay polémica. Se han gastado 600 000 euros en la gala. En Extremadura gobierna el PP. En mi comunidad también gobierna el PP, y la Dirección General de Cultura tiene menos de 600 000 euros (descontados los alquileres y el personal) para gastar en teatro, danza, música, audiovisuales y alguna cosa más que se me olvida.

Esto no es normal. Vivimos en el mismo país, pero cada comunidad, ayuntamiento, diputación hace lo que le peta, sean del partido que sean, sin ningún criterio unificado. Y, si te toca una comunidad u otra, pues te arreglas o te jodes, o las dos cosas alternativa y/o sucesivamente.

Total: en Extremadura se han gastado una pasta en la gala, que es, si cabe, más horrorosa que otras galas. ¿Quién ha escrito el guion de las chicas? Dirección de actrices, ¿para qué?, solo es una gala de teatro… ¿Quién ha escrito los diálogos del presentador?

Pues eso, el Gobierno extremeño ha montado este evento y le han ido los premiados, que mayormente son de Madrid y Barcelona, gentes que salen en la televisión y, claro, con un micro por delante pues les ha dado por hacer «demagogia rockera», que consiste básicamente en decir los lugares comunes habituales. Un clásico de estas galas. A veces parece un concurso: «A ver quién es el que, diciendo lo mismo, está más rato hablando». Nadie puede estar en desacuerdo: «¿Tú apoyas la educación, la sanidad y la cultura?». «¡Cómo no!».

Un chico muy majo (de Madrid) nos ha dicho lo que teníamos que hacer los ciudadanos y los teatreros: compromiso político en redes sociales, mojarse y tomar partido. No nos ha dicho por quién. El hombre da por supuesto que todos pensamos como él. ¡Qué bien se vive cuando conservas el pensamiento político de 2.º de la ESO y, además, te dejan decirlo en televisión (aunque sea a la una de la mañana)!

Total, que todos los presentes están muy preocupados por la educación, la sanidad y la cultura. Todos están encantados de estar en el asunto donde se ventilan 600 000 euros en un par de horas que quizá podrían gastarse de otra manera, en otro teatro. Uno de los premiados, queriendo ser sensible a la polémica y quedar bien con el teatro extremeño, dice: «Ayuden al teatro extremeño». Lo dice de una manera que parece que hablara de los negritos del África.

Me entero en la red de que toda la Red de Teatros de Extremadura cuesta a las arcas públicas lo mismo que este acto. Ese es el asunto. Cuando nos da por gastar…

La cosa tiene algún momento delirante, la gente se suelta y se pasa de frenada: «Ningún gobierno ni ninguna nación podrán nunca con el teatro» –dice uno para concluir–. ¿También la nación está contra el teatro? ¡Estamos apañaos!

Pienso en el compromiso político del teatro. El compromiso político, para mí, es apostar por un determinado modelo donde sean puntos irrenunciables llevar el teatro a todos los rincones, un teatro de calidad en la escuela, salas (alternativas o no) donde se pueda cobrar dignamente, un panorama teatral donde decir «teatro extremeño» no suene a nombrar un gueto lejanísimo y diferente al «teatro español», empresas y espectáculos comprometidos con un repertorio «cultural», público que acude a las salas buscando teatro sin pensar en el glamour, sin pensar en los famosos televisivos.

Eso es el compromiso político del teatro, un compromiso por crear una sociedad más justa. El compromiso político no es echarle una homilía a la gente sobre lo que tiene que pensar, hacer o decir aprovechando un estatus de fama, conocimiento público, respeto social o, como hacían los curas, carácter divino. Eso es adoctrinamiento político (con buena intención, no lo dudo).

Para muchos el problema del teatro en este país es el 21% de IVA, para otros el problema del teatro en este país es más profundo: su profunda asimetría territorial, su carácter invertebrado, su incapacidad para comercializar un repertorio popular y de calidad, su dependencia de los famosos para tener una mínima relevancia en taquilla, la propia irrelevancia de la calidad cuando ese es el único argumento…

Creo que hay pocos teatreros en este país con verdadero compromiso político. Una de ellas es Ana Zamora. Su compromiso consiste en la extraordinaria calidad de los textos, el gusto exquisito para ponerlos en escena, un teatro grande y profundo. Ana Zamora escribe con mayúsculas y en letra clara palabras que merece la pena oír.

El otro día a Ana Zamora la pusieron a caldo unos concejales del partido de Monago. Se le ocurrió decir a Ana Zamora que toda obra tenía que ser «un acto político». Y cogieron el rábano por las hojas. Sin ver la obra (ir, lo que es ir, al teatro van pocos), vieron en Ana Zamora uno de «los otros».

(Inciso: Eso gusta mucho aquí. Cuando dices algo susceptible de ser interpretado políticamente la gente se pone muy contenta, pues ya te puede poner la etiqueta: «Este es de estos». Si no te pueden poner una etiqueta grande se ponen nerviosos. El día que, quieras o no, te etiquetan, prepárate. Entonces todos los éxitos y logros de tu carrera tendrán una clara justificación: «Claro, están ahí sus amiguitos». Si cuando se van «los que ellos dicen que son los tuyos» sigues trabajando, tampoco habrá duda para ellos: «Te has vendido al enemigo»).

Volviendo al tema, lo que dijo Ana Zamora es una obviedad. Toda obra de teatro es un acto político. Cualquier obra de teatro, incluso las «Matrimoniadas» del Moreno, son actos políticos. Cuando participas en «Siete vidas» o «Aida» estás participando en un acto político. Cuando Ana Zamora recupera del olvido más absoluto el teatro medieval o renacentista está haciendo un acto político. Otra cosa es que la mayoría de los actos políticos no encajen en la doctrina (escasa) de los partidos sobre cultura.

En cualquier caso, si se pone el grito en Segovia porque a Ana le dan 7000 para el arte, no se pueden gastar 600 000 en Mérida para una fiesta. Esos 600 000 son más de lo que tienen otras regiones, en cualquier lado, para pasar el año. Todo es confuso y todo parece disperso. No se puede ir de artista comprometido y hacer los martes entretenimiento barato para alinear al populacho y los jueves «arte y ensayo» para la crítica.

Con este panorama uno pasa una semana en Francia, luego vuelve a España y, nada más llegar, se da cuenta de que no sabe ni quién es quién ni cuándo es cuando. Empezando por uno mismo.

Jesús Arbues

(Licenciado en Arte Dramático y Director de escena)


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