Críticas de espectáculos

Yo tenía un Ricardo hasta que un Ricardo me lo mató / Teatro Bárbaro de Chihuahua

 

Notas para un café

Es vertiginoso comenzar a escribir una crítica o el comentario sobre un espectáculo, sobre todo porque nunca sabe uno por donde empezar y más aún si estás cargado de emociones en el momento que arrancas a escribir. Esto me pasa siempre y hay un espacio que se llena de placer e incertidumbre, de deseos y de vértigo que hace que las sensaciones se mantengan latentes mientras escribo. Comienza el espectáculo con una explicación de los orígenes de la compañía, de las características de la sociedad chihuahuensen, los conidiconantes que impone la violencia que emana de los cárteles de la droga, determinando la situación económico-social y cómo la cultura y el teatro en particular, son una herramienta de liberación y de combate contra esta violencia. El espectador piensa que es un prólogo explicativo y, en realidad, nos introduce de lleno en la obra.

Siete actores, siete historias, siete espacios vitales y un sólo universo: La violencia que la dramaturgia del espectáculo focaliza en la obra Ricardo III, de Shakespeare, sobre todo en el desarrollo del personaje. A lo largo del espectáculo convierten a este personaje en  todos los ricardos del mundo, de su mundo, del mundo de  la droga, pero siempre desde las víctimas, poniendo un espejo al público en el que el espectador también puede ser un “Ricardo”. Harold Bloom dirá de esta obra:

“La mayor originalidad de Shakespeare en Ricardo III, que redime un drama demasiado elaborado, no es tanto el propio Ricardo, sino la relación asombrosamente íntima del hйroe-villano con el público. Estamos con йl en un trato desesperadamente confidencial, Buckingham es nuestra figura, y cuando  cae en el exilio y la ejecución, nos encontramos ante la orden de Ricardo dirigida contra cualquiera de nosotros: ‘So much for the udience! Off iwith is head!’. Merecemos nuestra posible decapitación, porque no hemos sido capaces de resistir al escandaloso encanto de Ricardo, que ha hecho de nosotros otros tantos Maquiavelos.”

Teatro Bárbaro, Chihuahua y Shakespeare son los tres ejes de creación dramatúrgica de este espectáculo. La obra del Bardo será intervenida hasta llegar a una síntesis interesada pero que el propio texto ofrece, por eso se inserta en lo que podemos calificar como clásico. En otro lugar escribíamos “Los clásicos no nacen para figurar en un catálogo sino para construir, de forma inconsciente, un imaginario que se convierte en una voz en el presente”.

La concepción dramatúrgica la podemos encajar dentro de lo que se denomina teatro documento, pero con una particularidad frente a las características que enuncia Peter Weis y que él mismo, junto con H. Keippar ,desarrollan en obras como La indagación del primero o Joлl Brand y El caso Openheimer del segundo. Mientras que estos autores primigenios utilizan la referencia documental de un acontecimiento pasado, como es la II Guerra Mundial (El holocausto y la bomba atómica en las obras mencionadas), aquí estamos ante la realidad inmediata de la que la propia compañía -el artista- es testigo directo. Dramaturgos como el mejicano Hugo Salcedo (El viaje de los cantores) o el ecuatoriano Jorge Mateus (El pueblo de las mujeres solas) son un ejemplo de estas características. 

La puesta en escena carece de todo artificio y la relación argumental, interpretativa y dramatúrgica con el público es directa, sin el filtro de la ficción, montando el acontecimiento en claves narrativas pero con una estrategia en la construcción que implica al espectador y lo atrae al centro de la escena. Hay tres escenas que nos atrapan desde lo cotidiano y nos sitúan en el mismo corazón de la violencia: En la primera, el personaje, después de habernos invitado a una copita de Sotol, nos cuenta que han gastado la última botella pero que un compañero tiene una en su maleta y que podríamos comprársela para que él pueda llevar un regalo de regreso. Todos los espectadores pusimos un dinero. A continuación nos cuenta cómo los narcos extorsionan a los empresarios y cómo unos sicarios fueron a una empresa a recoger el pago semanal. El empresario  no había podido reunir todo el dinero y le faltaban 300 pesos. Ante la amenaza de los narcos, sus empleados hicieron una colecta y cubrieron la cantidad que había que pagar. Con nuestra colecta habíamos comprado una botella de Sotol, con la de ellos habían salvado una vida. Este juego dramatúrgico se repite cuando nos ofrecen chocolate. Lo hace una actriz que no se cansa de repetir que a ella no le gusta el chocolate pero que no le importa hacer chocolate a pesar de que a ella ne lo gusta. Y le encanta que a los demás les guste. Así nos prepara para hablarnos de la homofobia y de la violencia que sufren aquellos que el propio devenir, y de forma injustificada, se califican como diferentes. Es una estrategia que no traiciona la desnudez de la dramaturgia propuesta y no juega para nada con la ficción, sino que coloca al espectador en el centro mismo del acontecimiento, trasladando el conflicto al patio de butacas y provocando la reacción.

 Si la puesta en escena es desnuda, desnuda es la interpretación. Desnuda y directa, sin rincones. Aprovechando la construcción narrativa del discurso, el actor construye su monólogo para lanzarlo a un público que ya tiene atrapado desde el principio. Es curioso que, utilizando el recurso narrativo y expositivo, se crea la sensación de conflicto dramático a partir de la inmediatez que caracteriza al hecho escénico. Quizá la actualidad del tema, la presencia inmediata de las vivencias de los actores que convertidos en personajes no dejan de ser actores y no se esconden detrás de ningún artificio. Y me surge una pregunta: ¿Cómo recibe el espectador de Chihuahua esta obra? Aquí, el espectador adopta una posición crítica ante una violencia que no sufrimos. ¿Cómo sería allí ese patio de butacas lleno de víctimas?

A lo largo de la obra se repite el título, que cobra una especial dimensión significativa: Yo tenía un Ricardo hasta que un Ricardo me lo mató.

Podría decir que esta compañía utiliza el teatro como instrumento de combate y de regeneración. Utiliza el teatro como la expresión máxima de su propia comunidad, que se refleja en el espejo que ellos construyen sobre el escenario.

 Ayer, en el Teatro Circo de Murcia, el público no quedo indiferente. Lo demostró el largo aplauso que se les brindó y las emocionantes intervenciones que hubo en el pequeño coloquio con los actores.

Fulgencio M. Lax

 

 

 

YO TENÍA UN RICARDO HASTA QUE UN RICARDO ME LO MATÓ

Teatro Bбrbaro, de Chihuahua

Versión a partir de la obra Ricardo III de Shakespeare.

TEATRO CIRCO DE MURCIA

01/11/2017

 

 

En época de ruina moral la lucha por el poder suele volverse carnicera, salvaje y sangrienta. México se yergue desdibujado, fracturado, deforme y profundamente dolido. Con una imagen que no puede ser otra que la de un Ricardo III, rey de Inglaterra. Yo tenía un Ricardo hasta que un Ricardo lo mató dialoga con la geografía de Chihuahua, con acontecimientos de violencia que cimbraron al estado y al paнs, y experiencias propias de los integrantes del proyecto. La pieza son cuadros que van abordando el fenómeno de la violencia desde distintos ángulos y distintas miradas personales para realizar un ejercicio de memoria. Una manera de hacer teatro sin intermediarios, relacionado con la realidad, sin personajes, sin vestuarios, sin grandes aparatos de ilusión, un teatro que dialoga directamente con la realidad y el espectador, un teatro documental o experiencial, esto nos permite traer la realidad a la escena y comunicarla directamente al público.

 

Ficha técnico-artística:

Variaciones escénicas sobre Chihuahua – Shakespeare – Teatro Bárbaro

Creación colectiva

 Dirección: Fausto Ramírez

Con: Yaundé Santana, Rogelio Quintana, Tania del Castillo, Fátima Íseck, Rosa Peña, Miguel Serna, Iván Mena y Jessica Verdugo


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