Zona de consenso débil
El campo del arte es una ‘zona de consenso débil’, acaso por su propia exhuberancia. Todos los pareceres valen, aún los que en fuerte contradicción, pretenden que se imponen sobre la posición del otro. Pero este espacio de acontecer, no es la orwelliana palestra de un ‘doble pensar’, en donde los polos de la contradicción se declaran simultáneamente válidos los dos, cuya antítesis esquizo no es otra que la proclama: «no estoy ni a favor ni en contra, sino todo lo contrario». El espacio del teatro contemporáneo, como zona de libre proliferación poética, se acoge a un funcionamiento por contaminación.
Las estéticas no se anteponen como elecciones o voluntariedades deslindadas en el ejercicio individual, compartiendo o ayudando a una determinación de singularidades e identidades. Las estéticas, ya no prerrogativas sino datos de reserva y combinación a posteriori, territorio de cruces, partes de un menú, inabarcables en sus prescripciones, donde antes que decisiones, los buceadores se acogen a una oferta que será localizada por claves de sondeo. Así, a determinadas inquietudes que funcionan como síntoma, la estética que ya no es un tronco unificado, responde con fórmulas heterogéneas, virales. El estetizado es un enfebrecido, susceptible a los efectos antígenos que deviene del bombardeo de las modas, de las imposiciones industriales. A lo sumo, una estética personal puede ser similar a la configuración de la propia computadora. Programas de efecto personal, de satisfacción individual. El consenso débil autoriza la lógica cuasi caprichosa de los gustos.
Cualquier territorio de consenso débil requiere como contraparte, la singularidad explícita de un yo determinado a resistir. Los géiseres de las poéticas sumergidas, vaporean sobre los caminantes del desierto, un gas anónimo y estupefaciente que se identifica por sus efectos luminiscentes. La cultura artística alimenta una atmósfera que se carga de un poder inspirable. Hace falta una cultura diafragmática, armonizada por la capacidad oxigenatoria de la comunidad, por su capacidad respiratoria y su don perceptor de fragancias. Lo que aspira el ciudadano en tren de participación cultural, no es el vicio adjudicable al multiculturalismo como diversidad administrada, ni los principios de una cultura de linajes, de donaciones exclusivas, que se subsidian con dinero de los brutos. La economía es relativamente clara. Lo que resulta abstruso son los toques de distinción a costa de un precio social. Impiedad e impostura van juntas a la par.
La zona de consenso débil debe hablar de la capacidad del pensar por sí mismo. La no delegación del poder personal a manos de los típicos depositarios de la legitimidad social. El nuevo proyecto colectivo traza su impronta, deja su rostro estampado por pulsión creativa individual. Un puntillismo que devela los trasfondos por delación paranoico-crítica. El dividuo desagregado, punto necesario en el marco de ese puntillismo social, aunque declarado inviable por el sistema cultural, portador hologramático del secreto del todo. Cada hombre un creador. Absolutamente subversivo.
No extrañaría que la capacidad para llevar adelante ‘procesos de engendramiento de cuerpos extraños’ (Sylvie le Poulichet) sea la que establece superficies de separación insalvables con aquellas personas que gozando de dones, no los ejercen. La autora francesa habla de cuerpos extraños que no definen una ‘estructura psíquica’ sino procedimientos insólitos para ‘cobrar cuerpo’, o para componer ‘superficies corporales del acontecer’ en las que se proyectan sucedáneos del ego. No es sino la función del actor, pero no tomado en su dimensión profesional sino poética.