Y no es coña

Algunas reflexiones contradictorias

Cada año, el paso por el Festival de Almada, me proporciona grandes satisfacciones por tener la oportunidad de ver propuestas escénicas de diferentes modelos, países, culturas, formatos y tendencias estéticas. Uno aseguraría que el teatro europeo está basado en sólidas estructuras administrativas y profesionales que permiten la creación de espectáculos sin restricciones económicas que coaccionen y con capacidad para afrontar textos que requieran de aparato escenográfico grandilocuente y amplio reparto. Esto como indicio mínimo.

En Almada lo hemos corroborado con varios montajes: “La reunificación de las dos Coreas”, un texto de Joël Pommerat, puesto en escena por Paolo Magnelli con la compañía croata Gavella Drama Theatre; “El Cuarto de Isabella” de Jan Lauwers por la belga Needcompany; “Liliom o la vida y la muerte de un vagabundo”, texto de Ferenc Molnár, dirección de Jean Bellorini a cargo de los franceses de Théâtre Gérard Philipe – Centre Dramatique National de Saint-Denis; “La gioia” de Pippo Delbono de su compañía en colaboración con Emilia Romagna Teatro Fondazione. En todos los casos un amplio reparto, unas producciones solventes en cuanto lo utilizado sobre la escena, en cada caso siguiendo las necesidades de la dirección y resultados que nos dejan satisfechos en general, con todas las discrepancias o detalles en cada caso.

Pero en uno de estos casos, el de “Liliom”, vemos un efecto perverso, a nuestro entender, del uso de los recursos económicos sin equilibrio artístico. Una escenografía magnificente, aparatosa, que tiene unos veinte minutos que atrapa, pero que después se convierte en una trampa para el desarrollo de la historia. Vemos una pista de autos de choque. Pero de verdad. Con autos que chocan, que se desplazan, que hacen sus coreografías. Al fondo una noria gigante, de perfil, solamente las luces, por al final da vueltas. Y a los laterales dos caravanas que sirven una para albergar la orquestina y en la otra de vivienda. Pues bien, todo eso, al no estar bien utilizado, al ser una especie de ocurrencia que no se logra incorporar a la dramaturgia general, pesa sobre la historia, una historia leve, pequeña, que se empequeñece más con este peso de la maquinaria y de un espacio que una vez desaparecen los autos, no sirve para casi nada. Encontramos, además, un fallo en el reparto. Pero eso es otra cuestión. Es decir, hay dinero, hay producción, hay posibilidades, pero se escapan, porque en el teatro nada es matemático.

De lo presenciado, el espectáculo más impactante, el que teatralmente es incuestionable, el que logra hacer valer los códigos de la teatralidad llevada al extremo de la belleza doliente lo sentimos en “Final de amor”, texto de Pascal Rambert, dirigido por Ivica Buljan con la compañía eslovena Mini Teater, con un actor Marko Mandic y una actriz Pia Zemljic, que hacen un ejercicio actoral de esos que trastocan tu propia estabilidad emocional al presenciarlo. Yo diría que hiere físicamente tanta entrega, tanta capacidad de transmitir, de estar, de decir, de escuchar, de sentir. Y es un espacio vacío, una docena de focos fijos, el actor y la actriz, un texto, y una buenísima dirección. Teatro. O sea, Teatro.

Si ustedes se fijan, he citado espectáculos basados en textos de dramaturgos de primera línea europea que no frecuentan nuestros escenarios. Pero vimos más, por ejemplo, a unos belgas, Transquinquennal, que pusieron en pie un delirante texto de Rafael Spregelburd, “Philip Seymour Hoffman, por ejemplo”, con dirección colectiva, con todas las virtudes y los desvaríos propios del autor argentino, bien tratados por los actores belgas.

Los lisboetas de Teatro do Bairro estrenaron “Colónia penal”, texto de Jean Genet puesto en escena por António Pires, con un amplio reparto masculino, que se nos antoja le guardaba demasiado respecto a la literalidad de los textos genetianos y no aparecieron, salvo en contados momentos, esas acciones que rompieran una cierta monotonía discursiva.

La compañía titular del Teatro Municipal de Almada se sumó al centenario del nacimiento del escritor almadense Romeu Correia con “Bonecos de luz”, un espectáculo fresco, con música en directo, contando una historia donde prevalece la memoria sentimental a través del encantamiento de un niño con el cine y con Chaplin que tenía muy buena energía y que llega a públicos de diversas edades por su planteamiento formal.

Como se ha convertido, casi sin querer en una crónica, no quisiera olvidarme de un potentísimo espectáculo de danza a cargo de Faso Danse Théâtre de Burquina Faso & Halles de Schaerbeek de Bélgica, “Kalakuta Republik”, coreografía de Serge Aimé Coulibaly, que es una explosión de energía, además de ser una mirada a África sin clichés ni apriorismos.

De lo anteriormente escrito se deduce que el Festival de Almada sigue siendo una referencia inexcusable, que ayuda a reflexionar sobre el momento actual de la creación escénica europea, que los grandes centros de producción tienen unos estándares muy similares, siempre en un nivel muy alto, pero que, en lo pequeño, en lo auténtico, en lo simple, en lo esencial, a veces, se encuentra toda la grandeza del Teatro.

 

 

 

 


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