Críticas de espectáculos

Bodas de sangre /Federico García Lorca/José Carlos Plaza

La tragedia en estado puro

 

Las bodas de sangre de José Carlos Plaza es una apuesta valiente por clásica. Hay que tener valor para reivindicar la tragedia en estado puro en momentos como el actual en el que se opta por los productos elaborados sin gluten y sin azúcar, con mucha fibra para que sean fáciles de digerir, pero que no amarguen. José Carlos Plaza nos hurta la posibilidad de presenciar otra versión edulcorada de Bodas de Sangre, para intentar devolvernos la tragedia en toda su esencia, al menos tal y como él la interpreta.

Desde el principio los espectadores asistimos cautivos a la gestación de una gran tormenta. Uno de esos días de nubes bajas y grises que van cargando el ambiente de electricidad, de humedad y malos presagios. En ese aspecto todo funciona con la precisión de un reloj suizo: el dramaturgo, el director, el escenógrafo y los actores van a una. ¡Qué opresión! ¡Qué sensación de ahogo! En algunos momentos parece que nos zumban los oídos, que se insinúa una jaqueca de tanta presión atmosférica. Y lo más interesante, esa opresión no nos la trasmiten directamente los actores en escena, sino que también ellos son víctimas. Víctimas de un destino implacable que no acaba de descargar. Ahí está la grandeza trágica del texto y del director que lo ha sabido entender. Quiero creer, que él mismo, el director, se ha visto atravesado por ese Fatum lorquiano y ha optado por ser su humilde portavoz.

Anhelamos que caiga de una vez el chaparrón, sabemos que los rayos y los truenos que lo acompañarán traerán desgracias, pero que descargue de una vez. Hasta la madre llega a exclamar algo parecido al alivio cuando el destino se cumple: <<Ya todos están muertos. A media noche dormiré sin que me aterren la escopeta o el cuchillo. Otras madres se asomarán a las ventanas…>>.

Consuelo Trujillo es la encarnación de esta tragedia griega andaluza. Una mujer fuerte, muy fuerte, que no desea ahorrase ni una gota de sufrimiento si es por sus seres amados. El dolor, todos los registros del dolor, asumidos estoicamente. No es resignación católica, ni masoquismo. Es como si dijera: He tenido lo mejor, como un regalo de la naturaleza y lo he perdido. Aquí no hay culpas individuales ni comprensión posible, es el Destino.

La belleza trágica reside precisamente en eso, en asumir ese dolor sin queja y sin esperanza, con dignidad. Mientras mantiene el vínculo con sus seres queridos, con sus muertos, lo demás carece de importancia. En el respeto esencial por sus muertos está el respeto por si misma. Las vecinas no lo entienden, produce un temor reverencial o supersticioso Mejor sería que se arrastrara, que se mesara los cabellos y llorara desesperadamente, así al menos la podrían consolar. Pero no hay consuelo posible. Sólo dolor y la capacidad de soportarlo.

Con el personaje de la criada recibimos una bocanada de aire fresco en ese clima asfixiante y representa el contrapunto necesario para que no naufraguemos en él. Su ritmo es mucho más impaciente que el de esos señores tan serios. Una prisa como de querer adelantarse al destino. ¡¿Es que nadie más que yo se da cuenta de que algo va a ocurrir?!, parece decirnos. Los ojos se nos van detrás de la criada aun cuando no tiene oportunidad de hablar, porque sigue expresándose con el cuerpo, con su ritmo, con su espíritu burlesco y su ternura, algo que debemos agradecer a la soberbia interpretación de Maica Barroso.

El trío amoroso está muy bien construido e interpretado. Pero Lorca quiere que las mujeres siempre sean más fuertes. Ellos se matan entre si. Son dos pobres víctimas. En los hombres el dolor se transforma en locura, no son capaces de soportarlo. De nuevo las mujeres son infinitamente más fuertes y hondas, también la novia, que parece una niña, pero es una mujer. Qué papel tan difícil y tan bien interpretado.

Respecto a las escenas simbolistas del tercer acto…. En mi modesta opinión no tienen tanto que ver con la tragedia en sí misma como con la estética de Lorca. Federico elige contarnos de una manera onírica y simbolista el cuadro primero del tercer acto, y Jose Carlos Plaza elige ser fiel a Lorca. Que eso esté conectado directamente con la esencia de la tragedia es otra cuestión. Una de las características que se agradecen en una buena tragedia es su sencillez, su pureza, aunque esa sencillez sea el resultado de muchas horas de destilación, mientras que el hecho de que los seres inanimados cobren vida para conspirar contra los protagonistas es más propio del melodrama. En cualquier caso es una opción estética y está en el texto de Lorca.

Para mi es suficiente con los símbolos de los que está plagada la tragedia como corresponde a una obra maestra. El que más me gusta es el del caballo. Oído, presentido, mencionado durante toda la obra (también aparece en La casa de Bernarda Alba), pero nunca visto. Y respecto a la magia del lenguaje me quedo con la boda del abuelo del novio que cuando se casó “fue como si se casara un monte” o con “los clavos de luna que funden la cintura y la cadera de los amantes”. No necesito más, pero entiendo que es una opción como otra cualquiera.

Disfruté y sufrí con el espectáculo. Enhorabuena a todos.

Alfonso Ramírez Arellano

 

 


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