Críticas de espectáculos

Dar patadas para no desaparecer / Colectivo 96º

Cerebros de intemperie

 

Obra: Dar patadas para no desaparecer. Compañía: Colectivo 96o. Intérpretes: Mónica Pérez, Lidia González Zoilo y David Franch. Teatro Arbolé (Zaragoza) II Ciclo de Teatro Emergente. 17 de marzo de 2008

Hay tantas maneras de entender el hecho teatral como capacidad para imaginarlo por parte de quien lo crea. Es más, es imposible crear nada sin imaginación. Y esta capacidad, la de imaginar, se exhibe en cada una de las propuestas que firman Lidia González Zoilo y David Franch. Procedentes de la desaparecida compañía Amaranto, formaron hace poco más de un año Colectivo 96º manteniéndose insobornablemente fieles a su manera de hacer: lenguaje directo, eliminación de las barreras con el público, uso del audiovisual, de las acciones de performance…

Con estos planteamientos el resultado de su trabajo rompe radicalmente con las concepciones tradicionalistas y estrechas del teatro. Incluso les gusta jugar a hacernos creer que sus espectáculos no son espectáculos. Esa negación forma parte de sus herramientas teatrales. Pero no les juzguen en base a prejuicios, porque Colectivo 96º (como ya sucedía con Amaranto) no se recrean en la acción por la acción misma sin ningún sentido, ni se pierden por las pantanosas aguas de la simple estupidez, como sucede con tantos pretenciosos planteamientos. En sus propuestas hay reflexión en torno al individuo y al sentido de lo que hace y de lo que es.

En “Dar patadas para no desaparecer”, el espectáculo que presentaron en el Teatro Arbolé de Zaragoza dentro del II Ciclo de Teatro Emergente, nos advierten que no vamos a ver un espectáculo, sino su proceso de creación. Todo gira en torno a la identidad personal y a su construcción a través de la mirada de los demás. Con un esquema similar a su “Después de mí, epitafios” (que pudimos ver en diciembre pasado en el Teatro de la Estación) recurrirán a Vera Waltser, una escritora suiza afincada en Marsella que irá planteando unas pautas a las que ellos deben dar respuesta (“Todas las cosas que he sido”, “¿Cuál es la materia de que te compones?”, “¿Si fueras una obra de arte, cual sería tu autorretrato?”, “¿Y si fueras acción?”, ¿Cómo nos reflejan los demás?”). Las respuestas a las pautas van componiendo el caleidoscopio de sus identidades.

¿Es verdad o es mentira? Las preguntas, las respuestas, van creando un juego de espejos, una ficción (¿no consiste precisamente en eso el teatro, en crear una ficción, un mundo que no existe pero que a nuestros ojos parece real?) que atrapa al espectador y lo involucra. Todo es un gran juego escénico que se sustenta en una elaborada dramaturgia. Sus acciones, sus pequeños monólogos cruzados, son agudos y de gran fuerza expresiva. Nada es gratuito, todo tiene un sentido y su razón de ser. Todo es, al fin y al cabo, una gran mentira. ¿O no lo es? Nuestro tiempo, como ningún otro, exige mentes abiertas, cerebros de intemperie con los que mirar al individuo, a la vida y también al mismo teatro. “Dar patadas para no desaparecer” no es un mal ejercicio para empezar a derribar frontales y parietales.

Joaquín Melguizo.
Publicado de forma extractada en Heraldo de Aragón, 17-03-2010


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