Críticas de espectáculos

Edipo rey/Sófocles/Alfredo Sanzol

El Edipo rey de Sófocles dirigido por Alfredo Sanzol

 

Sentados frente al público ante una mesa cubierta de un mantel sobre el que distinguimos copas, platos, jarras, restos… como si se acabara de almorzar y estuviésemos en la sobremesa de una comida en el hogar, ese momento un tanto evanescente en el que, según Sanzol, cada cual relata sus historias y así se va constituyendo la saga familiar, los actores nos van a recitar como en una lectura de corrido en cuanto se la saben de memoria, una vieja leyenda que nos viene de Tebas de un tiempo inmemorial. Así que van interviniendo en voz muy fuerte y clara, como si declamaran, dirigiéndose los unos a los otros cuando toca e incluso poniéndose de pie, discutiendo, cuando la tensión sube enteros. Son cinco y los cinco muy buenos, hacen varios papeles cada uno y, hasta entre dos, el coro, y es tal su rendimiento y eficacia que en una hora terminan y todo está resuelto.

¿Es ésa la manera de poner el Edipo? nos preguntamos al salir. No será por desconocimiento, ya que la primera experiencia como director de Sanzol, en el 99 en la RESAD con el mismo equipo actoral, será el Como los griegos de Steven Berkoff, una versión «sui generis» pero al fin y al cabo fidedigna del Edipo rey que escribió Sófocles. Ni porque no le complazca – a él, ya egregio dramaturgo – el montar a otro autor: todavía queda en la memoria del espectador su puesta en escena de Esperando a Godot, en donde no sólo respetaba la intención de Sam Beckett sino la enriquecía en ocasiones. Luego, ¿qué ocurre pues en esta su primera contribución al Teatro de la Ciudad? Pues a mi parecer que, en esta ocasión, Sanzol está tan impregnado por el texto, tan comprometido con él, que ha querido integrarlo en su recuerdo, en sus seres queridos e incluso en sus vivencias, que son las de todos nosotros a poco que nos demos cuenta. Como él lo ha indicado varias veces, estamos asistiendo a una suerte de «memoria inventada», esto es, recreando el pasado a partir del presente como lo hace la Historia en nuestros días. Un presente, eso sí, algo lejano si atendemos al vestuario, que aparenta – o, al menos, a mí me lo parece – venir de la posguerra o, al menos, de los años treinta. Como un recuerdo de nuestros orígenes, de aquella gran contienda que hizo que volase por los aires nuestra armonía nacional. O son fantasías que me hago a la hora de la interpretación colmando los deseos del autor, que es llevar aquella vieja historia al cacumen del espectador.

En todo caso y pensemos lo que pensemos de nosotros mismos, «edipos» somos todos, viene a decir Sanzol, criaturas fugaces en manos del destino, llámese éste el azar o la necesidad. Por importantes que nos consideremos, no somos más que anécdotas, sagradas eso sí para quienes lo crean, pero nimias y limitadas, incapaces la mayor parte de las veces de colmar una historia por completo: no somos más que «sketches». Tal vez sea por ello por lo que nuestro autor ha cultivado el género «menor» hasta la saciedad, desde sus tres primeras piezas (Carrusel Palace, Couscous y churros y Risas de destrucción) hasta afincarse en 2007, con 27 años, en la sala de la Princesa del María Guerrero con Sí, pero no lo soy (la primera obra en que cobró un dinero). Sigue una serie de comedias, siempre del mismo género abreviado, que en muy pocos años le hará grande: Delicadas, Días estupendos, En la luna… hasta llegar a Aventura y La calma mágica, en las que parece recuperar cierto relato aunque sus personajes se dispersen a la primera oportunidad. ¿Qué quiere ello decir? ¿Que no hay causalidad? ¿Que participamos tan sólo en un movimiento browniano sin orden ni concierto que se agota en lo cotidiano y no tiene sentido causa-efecto? Y aún hay más, ¿que determinados de nosotros que creen que forjan su destino, desperdician la vida a la espera de su consecución cuando lo que hay que hacer es vivirla con cierto estoicismo y sin esperar más?

Justo lo contrario que hace Edipo. Queriendo a toda costa resolver el enigma que tiene en vilo a la ciudad – ¿Quién mató a Layo? – y acabar con la peste que la diezma de igual modo que lo hizo con la Esfinge, pone en marcha, inadvertidamente, un mecanismo que funciona como un motor ignoto e implacable del destino del hombre que es el fátum. Aparentemente no es así: ¿acaso no cree Edipo que fueron su valor y su agudeza los que acabaron con la bestia con garras o que el hecho de abandonar Corinto e ir a Tebas fue dictado por su voluntad? Para él, los acontecimientos dependen de uno mismo – es un hombre moderno – y tanto el oráculo de Delfos como las predicciones de Tiresias pueden o no ser ciertas en cuanto los dioses y los mitos carecen de fiabilidad. Por eso tiene él solo que buscar la verdad. Así, para muchos comentaristas, la caída de Edipo viene precisamente de su orgullo, la «hybris» griega, y por tanto es ética y política, por no decir moral: un hombre hecho a sí mismo que se opone al Olimpo y a las creencias de la sociedad debe ser castigado irremisiblemente por que no cunda el mal. Pero sin embargo, a mi entender, su desgracia proviene del estar sometido, como todos los hombres, a la maquinaria de la fatalidad. Como ocurre en la naturaleza que regula «ananké», la necesidad, lo mismo sucede en la existencia, que viene gobernada por el «nomos», la ley. De modo que los acontecimientos se suceden y engarzan por sí solos, como si fueran números matemáticos o notas musicales, dicen los pitagóricos, que buscan la armonía que dicta la razón.

Ahí se encuentra la clave del Edipo rey, que se van desgranando los sucesos como si se tratase de una serie inconexa de oráculos divinos y acciones consiguientes de los hombres: tras consultar con Delfos, el rey de Tebas, Layo, y su esposa Yocasta exponen a su recién nacido en un monte nombrado Citerón; Edipo, el hijo de los reyes de Corinto, Polibio y Peribea, viaja también a Delfos y recibe la misma profecía, que matará a su padre y se acostará con su madre; en una encrucijada del camino, Edipo mata a un hombre y a su escolta salvo a un servidor que logra huir; acaba con la Esfinge y le hacen rey de Tebas y esposo de Yocasta; la peste arrasa la ciudad, la Pitonisa augura que para que se extinga habrá que encontrar al asesino del rey Layo y castigarlo; Edipo promete que lo hará y, ante el silencio de Tiresias, manda llamar al único testigo del crimen, que ahora es pastor del monte Citerón; un mensajero de Corinto, que también lo fue, llega a palacio con la nueva de que Polibio ha muerto y su hijo Edipo ha sido proclamado rey… Hasta ese momento, nada encaja y todo parece independiente en ese mundo virtual que forman los grandes de la tierra y sus oráculos. Serán los siervos de la gleba, los humildes pastores, quienes, en su careo, terminen confirmando que Edipo, el de los pies hinchados, nació de los reyes de Tebas y que gracias a ellos fue adoptado por los que gobernaban en Corinto. Una vez más, se viene a demostrar que «ananké» se desvela en el mundo real, que es la prueba del nueve de la necesidad.

Así que lo que mueve la obra no es la búsqueda de la verdad, como se piensa. La verdad la conocen los griegos de antemano y, por si hiciera falta, la revela Tiresias al principio. Lo que desea Sófocles es dar a conocer la maquinaria que interviene en su búsqueda, cómo del aparente caos de la existencia nace un plan ordenado por la razón. Ése es el problema, creo yo, del breve montaje de Sanzol, que nos expone solamente los hechos pero no su combinación.

David Ladra

Mayo 2015

Título: Edipo rey – Autor: Sófocles – Dirección y versión: Alfredo Sanzol – Intérpretes: Juan Antonio Lumbreras (Edipo), Natalia Hernández (Sacerdote, Coro, Corifeo, Ismene y Siervo), Paco Déniz (Creonte), Eva Trancón (Yocasta y Coro), Elena González (Tiresias, Mensajero, Antígona y Heraldo) – Música: Fernando Velázquez – Diseño de escenografía: Alejandro Andújar, Eduardo Moreno y Beatriz San Juan – Diseño de vestuario: Alejandro Andújar – Diseño de iluminación: Pedro Yagüe – Diseño de sonido: Sandra Vicente y Enrique Mingo – Diseño de producción: Nadia Corral – Producción: Teatro de la Ciudad y el Teatro de la Abadía


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