Críticas de espectáculos

El hijo del acordeonista/Bernardo Atxaga

Diatónico y emotivo

 

Obra: El hijo del acordeonista – Autor: Bernardo Atxaga – Intérpretes: Joseba Apaolaza, Aitor Beltran, Vito Rogado, Anke Moll, Iñaki Rikarte, Patxo Tellería, Mikel Losada, Asier Hernández, Amancay Gastañaga, David Pinilla, Mireia Gabilondo, Iñaki Salvador – Escenografía: José Ibarrola – Vestuario: Ana Turrillas – Iluminación: Xabier Lozano – Música: Iñaki Salvador – Dirección: Fernando Bernués – Producción: Tanttaka Teatroa, Arriaga Antzokia, Antzokia Zaharra, Victoria Eugenia Antzokia – Teatro Arriaga –Bilbao – 19-10-12

 

Siempre es una tarea dificultosa la adaptación para el escenario de un texto narrativo. Patxo Tellería firma la adaptación, y podemos indicar que la huella dramatúrgica que sigue le proporciona al trabajo identidad en los personajes, ambiente de época, pero se pierden matizaciones, contextualizaciones y acaba convirtiéndose en un material que debe mostrarse en estampas, en postales, en pasajes atrapados en un ejercicio extremo de elipsis. Pero la historia que nos cuentan, la central, se entiende, queda clara, se mueve con los datos necesarios, en las escenas espasmódicas en ocasiones, pero que le confieren continuidad.

Con este material, la dirección de Fernando Bernués, apuesta por un trabajo muy en su estilo, con la compañía de su director artístico de cabecera, José Ibarrola, para plantear un espacio funcional, aséptico en su cromatismo, que proporcione posibilidades de crear múltiples espacios, pero que no condicione más allá de sus significación instrumental, lo que deja un campo semántico libre para el costumbrismo de vestuario, interpretación, narración y una luz sutil que siempre queda subordinada a la ejecutoria actoral. La elección del naturalismo de proximidad, es decir, intentar no cargarse de sobreactuaciones, lo deja en una mesura que tiende a lo plano, a dejar con autonomía al texto por encima de la intermediación actoral, lo que en ocasiones rebaja demasiado el canal de comunicación con los espectadores.

Las acordeones sonando, las acordeones ardiendo, toda la simbología de este instrumento tan propio, lo dotan de un carga sentimental que se va a apoderando de todo el discurrir de la peripecia de los personajes. Parece como si la memoria histórica que se desentierra no quisiera aposentarse como algo que sobrepase el recuerdo, la emoción primaria, como si la militancia en ETA de los protagonistas fuera una reacción circunstancial sin apenas discurso político o ideológico. La traición, la culpa, la entereza ante las circunstancias aparecen como una reminiscencia religiosa.

Con todo ello, lo que más notamos en la noche de su estreno en castellano fue una falta de seguridad actoral. El nerviosismo agarrotó algunos pasajes. Esto se remedia con las actuaciones, otra cosa será si el desequilibrio entre los diferentes tonos actorales, las calidades, la transmisión de verdad escénica o de mera recitación, ese plus de dar credibilidad a lo que se hace y se dice, se consigue igualar al alza, para que alcance su valor artístico superior. Lo dejamos ahora en diatónico, emotivo, en ocasiones sentimental, de buena factura, establecido en unos parámetros de producción de considerable valor y que puede interesar a un amplio sector de espectadores.

Carlos Gil Zamora


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