Críticas de espectáculos

El Jardín de los Cerezos / Sala Tribueñe

Tres almas rusas

 

Obra: El Jardín de los Cerezos Autor: Antón P. Chejov Compañía: Tribueñe. Dirección y puesta en escena: Irina Kouberskaya. Lugar y fecha: Sala Tribueñe (Madrid), los domingos hasta el 28 de febrero.

Cuando «El Jardín de los cerezos» pasa por la mirada de Irina Kouberskaya, narra la historia de una familia rusa que se vuelve mantilla, mantilla que se viste de semilla y embriona las reliquias pasadas al presente, acunándolas en el cochecito mágico del rato efímero en busca de inmortalidad. Acompañada del escenógrafo Nicolay Slavadianik y con las coreografías de Sergei Gritsay, son tres almas rusas las que logran corporeizar a Chejov en el escenario español.

La lectura propuesta es inédita y funciona como un reloj: Un reloj en busca del tiempo perdido, un tiempo que el espectador no desperdicia ni un segundo a lo largo de las tres horas de función. Tal vez el elixir del secreto se encuentre en los remedios del médico Chejov… Lo más probable es que nazca del esfuerzo grupal y compromiso en el trabajo de los doce actores, todos dignos de elogios. La dinámica escénica es impecable, los juegos teatrales son numerosos y de gran variedad, partiendo de una interpretación detallista hasta alcanzar unos efectos de mayor misterio escénico. La vitalidad de la puesta en escena radica en la creación de un espacio permeable y sin límite: Un cuarto de juegos que navega por la ensoñación y la realidad, unos personajes que traspasan el espejo de la cuarta pared… La sutil y precisa definición de sus caracteres facilita la identificación del público. Cuando la alegría roza la vacuidad del dolor y la tragedia baila con la gracia del ingenio, se perfila un agradable vals de amargura que llora de tanto sonreír y se ríe de las lágrimas…

Irina Kouberskaya apuesta por una estética de la decadencia, esbozando la finura y complejidad de los protagonistas chejovianos: un círculo de romance, abierto a la risa y al escapismo ensoñador, una ilusión agridulce al límite de la utopía trágica…. Y la sordina de la cotidianidad se deshace en el último golpe de hacha, el talar del jardín que se desvanece en una partitura musical siniestra y vivificante a la vez. Cuando la aristocracia rusa se ve conducida por la locomotora del declive económico, las vías de la fortuna se invierten, restableciendo así el vaivén pendular del querer y no poder, un viaje por los aromas de la memoria, por el caudal del amor y desamor, un malabarismo carnavalesco que une la tragedia a la comedia… En el cementerio de la infancia marchita y los cerezos talados, la perenne labilidad aspira a la felicidad: y logra pintar las cajas de música con tan solo una sonrisa, la sencilla visión del encaje o vestuario, en armonía con la pintoresca tonalidad…

De repente, es el rebosar de todo un pasado que vuelve a florecer en las mil y unas memorias del espectador. Pero al final aquel viático se lo lleva la ventisca de las almas ígneas… Más allá de la comunión entre la sensibilidad española y el rigor ruso, permanece la universalidad de las emociones que traspasa cualquier tipo de fronteras.

Emilie Mouthon


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