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El realismo de ‘La Bohème’ por Danilo Coppola en A Coruña

El realismo es un estilo, no es la realidad. Pero, ¿qué es la realidad? ¿La podemos nombrar en singular? ¿Acaso la realidad no es una manera de mirar?
Antes de entrar en bucle o de pretender resolver esa cuestión, es mejor aclarar por qué se me plantea esta pregunta.

El 10 de septiembre fui a ver, al Palacio da Ópera da Coruña, ‘La Bohème’ de Giacomo Puccini, inaugurando la 72ª Temporada Lírica de la Asociación Amigos da Ópera da Coruña. ‘La Bohème’, estrenada en 1896, es una de las primeras óperas consideradas realistas. Puccini, muy preocupado por el libreto y por la dimensión dramática, recoge sus vivencias de la vida bohemia, de cuando era estudiante en el Conservatorio de Milán y compartía habitación con Ruggero Leoncavallo (uno de los representantes, junto a Pietro Mascagni, de la corriente verista). En ‘La Bohème’ no encontramos héroes ni villanos, buenos ni malos, no hay aristócratas, no hay grandes conflictos éticos o políticos o historias de raíz mítica. La catástrofe no se debe a un error trágico ni a un ineludible destino funesto. Aquí es la lógica simple, la ley de causa/efecto, derivada de las circunstancias sociales: la precariedad de los jóvenes (y no tan jóvenes) artistas y, sin duda, en el París del XIX en el que se sitúa la acción, la falta de una Seguridad Social.

Mimí, la modista, está enferma por pasar frío y, ni ella ni sus amigos bohemios (su enamorado, el dramaturgo Rodolfo; Marcello el pintor y su novia Musetta, la cantante; Colline, el filósofo; Schaunard, el músico) tienen dinero para pagar un médico y comprar los medicamentos necesarios. Así pues, se trata de personajes “reales”, con necesidades “reales”, en un contexto adverso. Aquello de que son malos tiempos para la lírica tiene una larga tradición y llega a nuestros días con plena vigencia. Así que ‘La Bohème’ es una ópera que pone el foco en esos conflictos que, de alguna manera, atañen al conjunto de la sociedad, porque la precariedad sempiterna de nuestros artistas (de los que no son famosos) es un índice del nivel de civilización, desarrollo y solidaridad de un país.

En 2007, Amigos da Ópera da Coruña ofrecía una versión de ‘La Bohème’ escenificada por Emilio Sagi, con dirección musical de Vasily Petrenko. Recuerdo la estética más bien conservadora en el estilo, con un punto cinematográfico, con el que la caracterización de los personajes y la escenografía monumental intentaban reproducir la realidad, que parecía ambientada en la primera mitad del XX. Para ello, en cierto sentido, recurría a una visión muy reconocible y sin sorpresas.

No puedo afirmar, bajo ningún concepto, que aquella puesta en escena estuviese mal o no funcionase, pero, para mí, la eficacia del drama social quedaba desactivada por la cercanía al cliché o a la postal del París bohemio del barrio latino y también por una cierta ostentosidad escenográfica.

Sin embargo, curiosamente y hasta me atrevería a decir que contradictoriamente, en apariencia, la escenificación de Danilo Coppola, a la que asistí este 10 de septiembre de 2024, una producción de Luglio Musicale Trapanese (Italia), no solo me gustó, sino que me afectó en lo que se refiere a esa dimensión de denuncia, derivada del drama social y del realismo. Es curioso y aparentemente contradictorio porque Danilo Coppola no disimula el grado estético del estilo realista. Antes bien, lo que hace es aprovecharlo y sacarle todo el partido sin, por ello, caer en la estetización por la estetización o en crear un sello propio que lo catapulte, como director y artista, a la fama. Lo que hace Coppola es muy inteligente: mete todas las escenas dentro de la mitad de una semi-esfera de cristal, encima de un escenario circular giratorio, que ocupa la mayor parte del escenario del Palacio da Ópera. Algunos cristales, de esa especie de media cúpula, están rotos, para evocar la falta de recursos y la pobreza de la buhardilla de alquiler que comparten Rodolfo, el dramaturgo, y Marcello, el pintor. Al mismo tiempo, esa mitad de una semi-esfera, evoca las bolas de nieve de cristal, dentro de las que hay figuritas y paisajes y en las que, al agitarlas, nieva en su interior. Con estas evocaciones, Coppola, le da el halo mágico a la bohemia, sin restarle crudeza a la acción dramática en la dirección de actores y en la composición y trazado de las escenas. Huye de cualquier grandilocuencia o ampulosidad. El tenor Celso Albelo interpreta un Rodolfo humilde, nada histriónico ni demostrativo. Su voz esplendorosa y su brillo belcantista no le impiden ofrecernos a un personaje sencillo y creíble, apasionado, pero también preocupado. La soprano Miren Urbieta-Vega también interpreta a una Mimí del pueblo. La intensidad vocal, de agudos bien arropados y amplia zona en los graves, igual que la intensidad de las melodías de Puccini, no redunda en un personaje trágico ni victimista. Diríase que Mimí no está producida por una diva, en el sentido más protagónico y rimbombante. También la soprano coruñesa Helena Abad interpretó a Musetta con una evolución dramática y un brillo vocal encomiables, descocada y provocadora al principio, más introspectiva y generosa al final, en la escena en la que se deshace de las pocas alhajas que le quedan, para empeñarlas y colaborar en la compra de los medicamentos que necesita Mimí. Algo parecido sucede con el resto de personajes, alegres y vitalistas por hacer lo que les gusta, sus vocaciones, pese a la precariedad, solidarios y cómplices, cuando se manifiesta la gravedad de la enfermedad de Mimí.

Dentro de esa bola de cristal estará, como he señalado, la buhardilla en la que viven de alquiler Rodolfo y Marcello, el café Momus y un exterior nevado, con un banco flanqueado por dos farolas. Los cambios de localización son ágiles sobre ese dispositivo giratorio.
El más difícil todavía viene con la escena de la muerte de Mimí, Coppola, los intérpretes y la orquesta la bordan y nos emocionamos. ¡Con lo difícil que es conseguir esto en una ópera o en el teatro!

Y todo se debe, en mi opinión, a una austeridad y a una contención expresiva en el nivel actoral, aunque en el vocal y musical el brillo espectacular puede ser fulgurante, pero siempre con los matices necesarios.

También los contrastes festivos y hasta cómicos, con los bohemios bailando en la buhardilla o con la algarabía en el café Momus, se representan echando mano de la gracia personal y de las posibilidades singulares, en lo actoral, de cada intérprete. A mí me pareció adivinar la mirada crítica y eficaz de mi alumna Paula Cobián, gran profesora de danza y alumna de dirección escénica y dramaturgia en la ESAD de Galicia, que estaba de ayudante. Unos meses antes había hecho la dirección escénica de ‘Le Villi’ (1884), la primera ópera de Puccini (nótese que estamos en el centenario de su muerte y por eso prolifera su obra. En Galicia también, Amigos da Ópera de Vigo está produciendo ‘Madama Butterfly’ para octubre), dentro de un proyecto escolar que integró al Conservatorio Superior de Música da Coruña, a la ESAD de Galicia, a la Escuela de Arte y Superior de Diseño Pablo Picasso y a los Centros Integrados de Formación Profesional de Imagen y Sonido, Paseo das Pontes y Someso. El musicólogo Roberto Relova escribió sobre el alto nivel artístico y el éxito de esta propuesta. Cierro el paréntesis, que me ha servido también para contar un poco el arranque de esta especie de año Puccini en Galicia.
En ‘La Bohème’ de Amigos da Ópera da Coruña el único pero es que la Orquesta Sinfónica de Galicia, que es de alto nivel, conducida por José Miguel Pérez-Sierra, en algunos pasajes parecía que se comía a los cantantes, dejándolos en un segundo plano. Me extrañó que pasase esto porque tanto la orquesta como el director musical son de primera y, en el estreno, dos días antes, según el crítico Luis Suñén en la revista ‘Scherzo’ interpretaron “Una ‘Bohème’ musicalmente magnífica”.

En definitiva, el realismo nos toca cuando nos sorprende con soluciones coherentes respecto al sentido profundo de la mirada sobre la supuesta realidad representada y cuando va más allá de lo esperable respecto a eso que llamamos realidad. Quizás porque realidad no hay una sino infinitas y cuando se representa como si solo pudiese ser una, entonces no nos afecta tanto.

¿Será que la realidad, en el fondo, es una fantasía que se tiene que conectar con algo más allá de lo obvio? Porque, por llamarse realidad, no quiere decir que la conozcamos y, a veces, concebimos el realismo escénico como algo que debe ser totalmente reconocible y, por tanto, esperable. La bola de nieve de cristal de Coppola no es lo esperable y, sin embargo, le da una dimensión más real, incluso por la falta de ostentosidad y monumentalidad escenográfica, que se relaciona mejor con el sentido de esa historia sobre las cosas pequeñas de la gente, aunque se trate de artistas de la vida bohemia, de seres precarizados.

P.S. – Artículos relacionados:

“La ópera nos expande. La AÍDA coruñesa”. Publicado el 18 de septiembre de 2023.

“El Falstaff coruñés de Bryn Terfel. La vida es juego”. Publicado el 15 de octubre de 2016.

“Il Trovatore de A Coruña”. Publicado el 18 de septiembre de 2015.


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