Críticas de espectáculos

El rumor del incendio/Lagartijas tiradas al sol

Otro teatro es posible

 

Luisa Pardo y Gabino Rodríguez viven y trabajan en México D.F. En 2003, convocan a una serie de gentes concernidas por la realidad política y social de su país para constituir el grupo Lagartijas tiradas al sol, cuyo último montaje, El rumor del incendio, nos acaban de presentar en la Cuarta Pared dentro del XII Festival Escena Contemporánea. Su espectáculo, que interpretan junto a Francisco Barreiro, ha pasado también recientemente por el Festival de Otoño de París, el Kunstenfestivaldesarts de Bruselas, el Theater Spektakle de Zurich, el TransAmériques de Montreal o el Temporada Alta de Girona. En realidad, esta puesta en escena es la tabla central de un tríptico, La Rebeldía, que comprende asimismo un «blog», El rumor del oleaje, que da fe del pasado que se cuenta en la obra, y una publicación, El rumor del momento, en la que colaboraciones de artistas residentes en el México de hoy en día configuran «un camino a futuro, un mapa de esperanza». Proyecto situado en la flecha del tiempo, La Rebeldía pretende desentrañar las claves del presente del país a partir de una rigurosa investigación de su turbulento pasado y, en especial, de los numerosos episodios de insurrección y «guerra sucia» que, al igual que en el resto del continente, aunque menos publicitados por los medios internacionales, desasosegaron la nación durante los sesenta y los setenta.

El hilo conductor de la historia que nos narran las Lagartijas es la vida de la profesora, guerrillera, presa política, investigadora y antropóloga Margarita Urías Hermosillo. Conmocionada, como tantos estudiantes de la época, por las terribles desigualdades sociales y las míseras condiciones de vida del campesinado de su país, Margarita Urías se echa al monte y se involucra, junto con el grupo de Arturo Gámiz, Salomón Gaytán y Pablo Gómez, en una de las primeras acciones militares de la guerrilla, el fallido asalto al cuartel Madera de Chihuaha que tuvo lugar el 23 de septiembre de 1965. Comienza entonces una escalada de violencia que va a durar, al menos, hasta la promulgación de la ley de Amnistía por el presidente López Portillo en septiembre de 1978. La revuelta, que comienza siendo campesina, aunque intervengan en ella numerosos maestros y estudiantes egresados de las escuelas normales nacionales, se hace fuerte en el estado de Guerrero, en donde destacan las acciones – ataques a las fuerzas armadas, asaltos a bancos, secuestro de personalidades – de la Asociación Cívica Guerrerense (ACG) de Genaro Vázquez Rojas y del Partido de los Pobres (PDLP) de Lucio Cabañas, cuya Brigada Campesina de Ajusticiamento (BCA) es especialmente temida por los uniformados.

Así se llega, en la tarde y noche del 2 de octubre de 1968, a los nunca esclarecidos sucesos de la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, en los que el ejército y los cuerpos de seguridad entrenados para proteger los inminentes Juegos Olímpicos, disparan a mansalva sobre una multitud de ciudadanos y estudiantes reunidos en un mitin causando más de cuatrocientos muertos. La masacre se lleva a cabo durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz y fue organizada por su secretario de Gobernación, Luis Echeverría, quien será elegido presidente en 1970. Esta matanza, que sí tiene una repercusión internacional, junto a la cruenta represión de una manifestación estudiantil llevada a cabo en Nuevo León, en 1971, por grupos paramilitares, hará del sexenio de Echeverría el período más activo de la insurgencia. La lucha se extiende a las ciudades y, compuestos por lo general por militantes procedentes de la Universidad, proliferan los grupos sublevados: la Liga Comunista 23 de Septiembre de Ignacio Salas Obregón y Ramos Zavala, las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP), el Frente de Liberación Nacional (FLN) que nace en la Sierra Lacandona, o el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR), marxista-leninista, que llega a entrenar a sus comandos de combate en Corea del Norte.

Aunque autoproclamado progresista y de izquierdas, el Estado mexicano, gobernado desde 1929 por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), responde a estas provocaciones con la misma ferocidad y semejantes métodos contrainsurreccionales a los que aplicaban, por aquella misma época, las dictaduras militares del Cono Sur: desapariciones, torturas, persecución de parientes y allegados, penas de prisión sin juicio previo, ejecuciones sumarias, lanzamiento de cuerpos al mar desde helicópteros… Una tarea de aniquilación de la guerrilla en la que destacaron Fernando Gutiérrez Barrios, primero como director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) con Díaz Ordaz y luego como subsecretario de Gobernación con Luis Echeverría, y Miguel Nazar Haro como subdirector de la DFS y creador de la Brigada Especial Antiguerrillas (BEA), las tan aborrecidas «Brigadas Blancas».

Esta sórdida y lamentable historia – tantas veces repetida en los regímenes asentados en el poder de la alta burguesía – de una sociedad egoísta e insolidaria que acaba siendo despedazada por la lucha sin cuartel entre los más lúcidos, audaces y generosos de sus miembros y el terrorismo de estado es la que nos cuentan estas Lagartijas con una precisión y una eficacia que hacen de la hora y media de función un curso acelerado sobre la reciente memoria de México. «Documental escénico» llaman a su montaje los autores y sin duda lo es en cuanto pertenece a esa rama del teatro-documento que, desde los tiempos de Piscator, viene usando la escena, como también lo hace ahora con frecuencia, para denunciar las líneas de falla de nuestras sociedades. Y en este sentido, no decepciona El rumor del incendio puesto que nos presenta un completo «dossier» – perfectamente documentado en el «blog» – de los acontecimientos políticos de aquellos años en forma de fotografías, películas o vídeos, así como registros sonoros de la época entre los que destacan las canciones y «corridos» de corte revolucionario.

Pero lo que hay que resaltar especialmente es «cómo» nos cuentan su historia las Lagartijas, la naturalidad e inmediatez de su presencia, la cadencia y armonía de sus voces o su continuo juego con los enseres que andan desperdigados por la escena y, en particular, con esas maquetas de cuarteles, pisos-refugio o aeroplanos en las que van mimando y recogiendo en vídeo la acción que se desarrolla en ellos a la vez que, como si fueran unos críos, manipulan figuras de plastilina. Un buen ejemplo de esta sencillez es cómo nos muestran una sesión de tortura con la normalidad, el método y la rutina que, tanto para el verdugo como para la víctima, representa el hecho de que el dolor y el espanto se hayan convertido en cotidianos. No hay gritos, ni ruegos, ni lamentos, tan sólo órdenes susurradas de manera cansina: «de rodillas, de pie (y esto más de cien veces) quítate la blusa, mete la cabeza en el agua»… Testigo directo de estos pavorosos sucesos, el público sigue la función de principio a fin como si su vida dependiese de ellos. Y aún cuando ésta termina en un registro más sentimental, con la hija de Margarita Urías relatándonos los últimos años de su madre, los espectadores abandonan la sala como si hubieran estado allí, en el lugar de los hechos, y con la desazón y el temor de que éstos pudieran repetirse en cualquier parte.

O sea que hay otra manera de hacer teatro que no es la de la pura diversión de la comedia ni la del arrebato causado por el drama. Un modo de aportar información al espectador que no se funda en la vida y milagros de unos personajes de ficción sino en la verdadera historia de unos seres humanos que pudieran, un día, serle próximos. Un teatro que, al tiempo que se dirige a su imaginación, le hace pensar y emocionarse a veces cuando, en una determinada situación, reconoce el palpitar de su propia vida y no el fugaz destello de un ingenioso autor. Ese teatro de la memoria, del que tan necesitados estamos en España, es el que nos han traído desde México estas Lagartijas tiradas al sol.

David Ladra

Título: El rumor del incendio – Creación y actuación: Francisco Barreiro, Luisa Pardo, Gabino Rodríguez – Diseño e investigación iconográfica: Juan Leduc – Vídeo: Yulene Olaizola – Iluminación: Marcela Flores, Juanpablo Avendaño – Maquetas: Francisco Barreiro – Producción: Dirección de teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México – XII Festival Escena Contemporánea – Sala Cuarta Pared – Del 2 al 4 de Febrero


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