Críticas de espectáculos

El Velador destapa en ‘El invisible príncipe’ la corruptibilidad del poder con ironía y burla

Que la arrogancia, vanidad y orgullo sitúan en más de una ocasión al ser humano al límite de la estupidez es la lección que se desprende de la representación de El invisible príncipe del baúl. Una comedia de enredo, de Cubillo de Aragón, que Teatro del Velador estrenó el pasado 1 de julio en el Municipal de Almagro. Una coproducción del Festival de Teatro de Olite, Teatro Clásico de Almagro y Jornadas de Teatro Clásico de Almería.

 

Con una estética contemporánea, la compañía andaluza recupera este texto olvidado del siglo de Oro español para demostrar la vigencia del teatro áureo y de su temática, en este caso en concreto en torno a la confrontación entre la nobleza heredada y el mérito adquirido, entre el privilegio y el valor personal, entre el poder y el individuo.

La trama nos presenta la competición entre dos hermanos, uno príncipe por nacer primero y el otro segundón y vasallo por nacer después, que generará toda una serie de divertidos enredos, engaños y afilados duelos dialécticos donde finalmente la discreción y astucia triunfará sobre la presunción y necedad, la verdad sobre la falsedad. Una trama que Teatro del Velador contextualiza con la inclusión de elementos de la cultura andaluza y una puesta en escena que, apoyada en una escenografía minimalista, desafía los cánones clásicos de equilibrio y armonía, optando por el desequilibrio, el exceso y lo inacabado, de modo que el lado más grotesco y absurdo de la condición humana adquieren su máximo esplendor.

La ironía y la burla se convierten así en el vehículo idóneo para lanzar una crítica a la sociedad de ayer y hoy en la que la cegadora soberbia y corruptibilidad del poder continúan siendo las tónicas habituales.

El resultado: una hora y media de risas constantes entre los espectadores ante una obra con efecto catártico originado por las situaciones y las transgresiones de una estructura social rígida y doblegada a la ilusión de las convenciones.

Dinamismo y complicidad. A pesar de la extensión y complejidad de la obra, Juan Dolores Caballero, responsable de la dirección, adaptación y dramaturgia, logra transferir un ritmo dinámico y ágil a la acción dramática, gracias a una sutil dosis de entradas y salidas al escenario, de ‘tiempos veloces’ y ‘tiempos lentos’ que se alternan entre ellos o alcanzan una gradación ascendente o descendente hasta terminar justo antes de perder su eficacia. Asimismo, el dominio del lenguaje por parte de los intérpretes confiere fluidez a la sucesión de escenas que el público sigue como cómplice al participar con los actores del mismo enredo sobre las tablas.


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