Y no es coña

En color o en blanco y negro

Por primera vez en muchos años los teatros de Barcelona suspendieron las actuaciones del domingo 1-O. Lo sucedido en Catalunya y visto por todas las pantallas posibles, que si se les quita el color adquiere el valor real de esa violencia policial, va a marcar un punto de inflexión. Y me parece que no solamente en Catalunya, sino en España también. Es muy probable que entremos en una escalada de violencia o en una campaña electoral a cara de perro. Y eso, se quiera o no, va a influir en la Cultura y en las Artes Escénicas.

Las Artes Escénicas. Tras tres semanas varado en la cama, salí y vi espectáculos. Hasta vi un preestreno, una inauguración de programación en El Matadero y una actuación de teatro físico, danza-teatro, en una sala alternativa. Lo habitual en mi vida ordinaria. Pero aquí viene una primera reflexión: en El Matadero, la obra inaugural de la etapa Mateo Feijoo, es la vez que he visto menos público en esa sala, ahora llamada Nave.  Y es que los públicos son sabios, y el espectáculo presentado, al que no voy a mencionar por respeto a mi memoria, era malo, solemnemente viejo, con aires de teatro aficionado con pretensiones. Impresentable para inaugurar temporada. Si este es el nivel de este lugar al que ya han invisibilizado, habrá que pensar en manifestarse en serio, no en documentos retóricos, sino para hacer pensar a los irresponsables que han matado ese lugar tan querido por la ciudadanía para las artes escénicas. Liberemos El Matadero. Pero urgentemente.

Y de ahí al Pazo do Cultura de Carballo, al FIOT, a la primera sesión de “La Zanja” el último montaje de Titzina, donde sucedió todo lo contrario. Un pueblo movilizado, una sala de teatro a rebosar, un ambiente contagioso, un equipo de producción y dirección del festival realmente comprometido, una concentración de programadores de otros puntos de Galicia y abriendo una programación cargada de algunas de las obras que más repercusión han tenido en los escenarios durante los últimos meses. Pero, ojo al dato, para abrir un estreno, una manera de apostar y de arriesgar.  La obra tiene enjundia. Está en proceso. Le falta soltura, pero apunta magníficas maneras. A este dúo le tienen que estudiar mejor y proteger algo más.  Es un placer ver teatro en un lugar donde los públicos van con ganas, los responsables hablan, argumentan, explican, discuten, viven pasionalmente lo que hacen. Y eso se nota, y mucho.

El sábado, de vuelta en Madrid, fui a ver «Irrintzi In» de los vascos de “Organik” en la Nave 73. Un trabajo que tuve la suerte de ver su estreno en calle hace dos años y que ahora se presentaba en una versión completa de interior, con mucho mejor desarrollo de todas las escenas, con una propuesta de iluminación muy sugerente, un espacio sonoro realmente activo y sorprendente y la actuación de Natalia Monge y Helena Golab, que le dan prestancia y coherencia a una propuesta que escapa de una definición menor, aunque se presente como danza. Y este detalle, el ser danza, hace que asistiéramos a una actuación con muy poco público, y eso me hace pensar mucho sobre comunicación, difusión, maneras de llega a los públicos. Y eso me lleva a otro lugar, a otras reflexiones que dejaremos para mejor ocasión.

Tres experiencias: una con demasiado dinero para demostrar fehacientemente la mediocridad más absoluta en todos los sentidos; otra con dinero justo para darse cuenta que trasmitir en la población las actividades es importante, como que en los restaurantes y bares se ofrezcan pinchos y tapas relacionadas con el FIOT, y una tozuda realidad, la poca asistencia a la danza cuando no está enmarcada en una caja de colorines y mucha publicidad colateral. 

 


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