Y no es coña

En ese lugar reconocible

Siguiendo la ruta de los elefantes es difícil distinguir las huellas que más significan en cada ciclo. Estoy a una considerable distancia física del lugar donde se celebró la gala de la entrega de los premios del cine, los Goya. No los estaba siguiendo por razones comprensibles del desfase horario, y el primer mensaje que recibí fue desde una bella isla canaria, de un querido amigo, docente, dramaturgo y director, que me indicaba ufano que una de las primeras ganadoras de un Goya había sido alumna suya en la BAI, la escuela de Barakaldo. Hacia el final de la gala, otro exalumno de esa escuela logró otro premio de interpretación. A la mañana siguiente desde la RESAD pasaban lista a quienes habían sido premiados y tenían pasando de estudiantes en esta entidad madrileña.

Las escuelas regladas oficiales que, por fin, dan titulación universitaria adecuada, las que forman parte de una iniciativa privada que en ocasiones responden a una necesidad territorial, los talleres, las clases de interpretación frente a cámara, todo ese movimiento que genera puestos de trabajo y actividad económica, donde se gestionan ilusiones, expectativas, que en demasiadas ocasiones choca con una tozuda realidad, cuando hay decenas de representantes, de oficinas de casting, de un negocio paralelo que al final acaba resultando que un porcentaje muy pequeño de las personas tituladas, de los profesionales viven exclusivamente de la actuación ya sea en escenarios o frente a las cámaras.

Lo señaló el presidente de la Academia en su discurso, lo dicen las estadísticas, la precariedad se acerca a la penuria, el subempleo, asunto que en la Argentina donde estoy en estos momentos se agrava y se convierte en algo mucho más doloroso debido a la situación económica general y a un sistema en donde hay una resignación a considerar que el teatro es una actividad creativa de la que es muy difícil o casi imposible vivir. Y sin embargo las salas tienen programación, con espectáculos de un formato pequeño, sin apenas dispositivos escenográficos, con reparto de una solvencia inverosímil por su calidad media, con los públicos asustados por la inflación, la pandemia y todos los inconvenientes que se quieran agregar.

Son situaciones diferentes en ambos lados, con matices, pero me pregunto en más de una ocasión, de dónde sale esa energía que lleva a tantas personas a intentarlo, a estudiar, a prepararse, a acudir a las pruebas, a hacer espectáculos empeñando su propio dinero, presentándolo en salas que, en el mejor de los casos, la recaudación no va a dar para recuperar la inversión ni para pagar los gastos que cada actuación genera. Y sin embargo seguimos todos, esperando una circunstancia favorable. Porque, aquí viene la contradicción, nadie se siente en estas circunstancias adversas, con producciones ínfimas, en salas de poco aforo, sin posibilidad de recibir emolumentos por el trabajo que está haciendo teatro amateur, aficionado, sino que consideran que son profesionales porque ese es su objetivo y además se han preparado para ello, por lo tanto, entienden que se trata de algo circunstancial y que en breve cambiará su situación.

No hay otra manera de entender lo que nos sucede que comprendiendo con mucho cariño todos los factores que concurren en el complejo proceso para que el talento que uno lleva de cuna, las ganas de jugar a hacer teatro, el paso decisivo de inscribirse en una escuela para prepararse, el aprovechamiento de lo estudiado, los pasos desde el impulso de estudiante, el buscarse la vida, la suerte de entrar en contacto con las personas adecuadas para emprender proyectos colectivos, o ser seleccionado para una serie, una película, lleve a estabilizar una situación económicamente sostenible. No se puede obviar la situación socioeconómica de partida, que sirve para poder mantenerse un tiempo con el apoyo familiar, y todo junto en una coctelera hace en cada individuo una reacción, y en el conjunto una perpetuación de un sistema que se debiera estudiar desde perspectivas globales para ir creando las condiciones que eviten tantas fugas de valores escénicos por culpa, en gran parte, de un sistema docente y de producción asilvestrados, que nadie controla. 

Y por si quedaba alguna duda, amo a todas aquellas personas que persiguen un sueño y que entienden el Teatro como un lugar de destino. Aunque después descubran que es el cine y la televisión donde pueden hallar una respuesta económica compatible con la sostenibilidad vital. Y, además, quien es buena en escena, es buena frente a las cámaras. En el viaje al contrario, está por demostrar.


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