Críticas de espectáculos

“Fedra”/Juan Mayorga/José Carlos Plaza

Una gran Fedra

 

Obra: “Fedra” Autor: Juan Mayorga. Intérpretes: Ana Belén, Alicia Hermida, Chema Muñoz, Fran Perea, Javier Ruiz, Víctor Elías. Escenografía: Francisco Leal y José Carlos Plaza. Iluminación: Francisco Leal y Óscar Sáinz. Vestuario: Pedro Moreno. Música original: Mariano Díaz. Dirección: José Carlos Plaza. Lugar y Fecha: Teatro Principal de Zaragoza. 28 de enero de 2010.

Si hay algo enorme en “Fedra”, es el texto de Juan Mayorga. Nada tiene que envidiar, aun deudor de todos ellos, a los que nos legaron Eurípides, Séneca, Racine… Desbordante de fuerza, con un exquisito equilibrio entre delicadeza y desgarro, con un lenguaje limpio, fluido, sutil y hermoso, dibuja el relato con rotunda claridad, lo hace avanzar con sabiduría y obliga a los personajes a abrirse para dejar al descubierto su rico mundo interior.

Las versiones antiguas de Fedra (la mujer que vende a su hijastro Hipólito a la ira y el castigo de Teseo, su padre, tras haber rechazado acostarse con ella) la presentaban como una marioneta en manos de los dioses, pero Mayorga la aparta de un destino fatal y nos la muestra atormentada y dueña de sus propias acciones. Y lo hace, no desde una actualización de la tragedia griega, sino reescribiéndola en un hermoso viaje a la esencia del mito. La fuerza, la sabiduría y la hermosura del texto, están presentes en el trabajo de dirección y puesta en escena de José Carlos Plaza.

Lo trabaja con mimo, con ternura, con el mismo trato exquisito que se dedica a la persona amada. Lo hace llegar al espectador de una manera limpia, directa, rotunda. Opta para ello por un especio amplio, abierto, libre de estridencias escenográficas, manejando con precisión un ritmo que nos va conduciendo a la tragedia, con transiciones suaves (apenas un sutil cambio de luz que se plasma con la delicadeza de un suspiro) y dejando el protagonismo absoluto al trabajo actoral. Trabajo que conduce con la inteligencia suficiente para alejarse de la pantanosa naturalidad y perfilar unos personajes que laten llenos de vida tras una pátina marmórea (poses, declamación…) que nos acerca con intensidad al clasicismo.

En ocasiones, de tanta “naturalidad”, la escena ha terminado por aniquilar lo que tiene de propio, la teatralidad, incluyendo en ese aniquilamiento una correcta dicción y una adecuada proyección de la voz. Afortunadamente, no es este el caso. Un gran diseño de luces y una acertadísima escenografía (un impactante fondo rojo que actúa como pantalla en diferentes momentos) ayudan plenamente al desarrollo de la acción y hacen visible, con sus reflejos de luces y su juego de claroscuros, la angustia interior de Fedra.

El trabajo interpretativo responde sobradamente a las exigencias del relato y de los personajes. Desde la limpia precisión con que se realizan las coreografías de lucha, hasta esa Fedra que se nos muestra pasional, atormentada, entregada, desgarradora y atravesada por las contradicciones. En conjunto vemos un trabajo sentido, profundo y pasional, bien realizado (¿era necesario el micrófono?), con fluidez, ritmo y presencia, que llega al espectador y le va rodeando obligándole a que, finalmente, absuelva o condene a Fedra.

Joaquín Melguizo


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