Críticas de espectáculos

“Luces de Bohemia” de Valle-Inclán / Teatro del Temple

Espejos cóncavos

 

Obra: “Luces de Bohemia” Autor: Ramón del Valle-Inclán. Compañía: Teatro del Temple. Intérpretes: Ricardo Joven, Pedro Rebollo, Gabriel Latorre, Francisco Fraguas, Rosa Lasierra, Javier Aranda, Gema Cruz y Félix Martín. Escenografía: Tomás Ruata. Iluminación: Bucho Cariñena. Vestuario: Beatriz Fdez. Barahona. Música: Miguel Ángel Remiro. Dirección: Carlos Martín. Lugar y Fecha: Teatro Principal de Zaragoza. 26 de septiembre de 2007.

Transcurridos casi dos años y medio desde su estreno en el Teatro Principal, la lectura que Teatro del Temple hace de “Luces de Bohemia” regresa estos días al escenario del coliseo zaragozano, conquistando con rotundidad el aplauso del público. Entre el estreno y este regreso, el espectáculo ha cosechado un importante éxito a lo largo de la geografía peninsular.

Escrito por Valle-Inclán en 1920, “Luces de Bohemia” supone uno de los textos fundamentales, no sólo de nuestro teatro, sino del teatro contemporáneo universal. Es de agradecer (y necesario) que el teatro de Valle-Inclán siga presente en nuestros escenarios, a pesar de que su puesta en pie suponga siempre asumir un riesgo por la complejidad que conlleva. No me refiero a los múltiples espacios que Valle propone o a la gran cantidad de personajes que hace desfilar. La dificultad radica en cómo plasmar ese universo que trasciende el diálogo y que Valle recrea en la didascalias; en cómo mostrar una concepción estética que sobrepasa incluso al propio teatro.

El esperpento es un espejo cóncavo que descoyunta la realidad, y así deformada, nos la arroja a la cara para obligarnos a una toma de conciencia. Ciertamente, a la propuesta que firma Carlos Martín le ha sentado bien el tiempo, a pesar de que volvió a provocarme algunas contradicciones. Vista dos años después, lo que funcionaba bien funciona todavía mejor pero sigue manteniendo algunos elementos, que en mi opinión, devalúan un tanto el resultado.

Reconozcamos, en primer lugar, el mérito de asumir el riesgo y de respetar el texto de Valle en su integridad. Entiendo que hay planteamientos de gran teatralidad y elementos muy sobresalientes, pero creo que le falta acidez, y más presencia de lo grotesco y de lo absurdo. En Max Estrella, Valle-Inclán dibujó una figura con la dignidad de un héroe clásico en contradicción con la indignidad del mundo en el que se mueve; Don Latino (le ha sentado bien el nuevo aire que le da Pedro Rebollo) es una caricatura trágicamente grotesca. Esa dignidad heroica y esa caricatura grotesca, no siempre aparecen con claridad aunque sí lo hagan en la escena de la muerte de Max y en la precedente. No me refiero el trabajo actoral, que me pareció magnífico en ambos casos (el conjunto del elenco realizó un buen trabajo), sino al propio perfil de los personajes. Sigo sin entender el por qué de un intermedio tras la conclusión de la escena octava. Se interrumpe la acción dramática, se rompe, justo cuando la representación iba claramente hacia arriba, tras las discretas tres primeras escenas. Sigo sin ver cómo la escena decimocuarta, la del cementerio, en mi opinión fallida, encaja con el estilo del resto del espectáculo. Pero tal vez todo esté ahí y yo no haya sabido entenderlo ni verlo.

El planteamiento escénico me pareció bueno. Resuelve bien las numerosas mutaciones desplazando, de manera casi coreográfica, los cuatro grandes paneles que componen la escenografía, plantea un interesante juego de planos en el terreno interpretativo, crea escenas de gran intensidad (las ya mencionadas, la de la cárcel…) y hace un interesante uso del espacio escénico. Un espectáculo, en fin, que ha mejorado y ganado intensidad, pero que sigue manteniendo momentos que no terminan de arañar con profundad en lo emocional.

Joaquín Melguizo.


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