Y no es coña

Que nadie se inquiete, ya me preocupo yo

Empieza a ser una constante: voy a ver una obra de teatro, sea del calibre que sea, del interés que sea y una parte de mi cabeza se dedica a pensar en mi relación personal con actores o actrices, dramaturga, directora, escenógrafo o en todo su conjunto. Las otras partes de capacidad cerebral ejercen una labor analítica más o menos adecuada, dentro de las circunstancias concretas de cada situación planteada. Creo que ya es imposible entregarme a lo que veo, aunque sea muy bueno, de una manera libre, inocente, disfrutando sin condicionantes. Son demasiados años, decenas de miles de obras presenciadas, como para poder convertirme en un espectador normal. Creo que nunca lo fui, una vez estudié teatro y me dediqué a ello de manera profesional desde diferentes frentes.

Soy de los que creen que, a algunas personas, como este que tanto os quiere, nos deberían prohibir entrar en algunas salas o teatros, porque somos los que coagulamos en ocasiones el ambiente y añadimos una tensión extraña al hecho teatral. Si en una sala se reúnen demasiadas personas con ínfulas de hacer crítica o de programar, hasta a los focos de menos de dos mil vatios les cuesta atravesar el espacio. Por otro lado, el vicio de acabar todos los días del año la jornada saliendo de una sala o de un teatro, se podría superar haciendo una declaración jurada ante notario para que no nos dejaran entrar, al igual que hacen con los ludópatas en los bingos, en los teatros con obras y propuestas firmadas por ciertos artistas a los que ya hemos colocado en el pelotón de los torpes por datos objetivos o subjetivos.

Ante esa coagulación del fluido en las salas y pidiendo perdón expreso a los especialistas en neurociencias aplicadas a las artes escénicas, creo que el sistema, reparto, equipo artístico, productoras, distribuidoras, agentes de prensa han encontrado el sintrón adecuado: invitar a fieles amigos, cuñados, fanáticos alumnos que convierten cada función en apoteósica. Aplauden desmesuradamente, dan vítores extemporáneos y se levantan con una celeridad que solamente puede responder a un entrenamiento o unos dispositivos mecánicos o calóricos en los asientos que ocupan estas almas blancas. Esta actitud genera un escepticismo. Nunca sabemos los que miramos desde una distancia antinatural a qué se debe esa respuesta. Y como, a la vez, los de larga trayectoria en estos menesteres oscuros hemos desarrollado una máscara neutra para no mostrar en primera instancia nuestra reacción, nos sentimos o señalados o con el síndrome de estar atrapados en una conspiración secreta.

Volviendo a la idea primera, de esa vinculación emocional, profesional, personal, sentimental con los repartos, es un síntoma que forma parte inexcusable de la edad. Y de lo mucho que ha tenido la suerte uno de vivir y hasta de la memoria más o menos profusa que pueda utilizar. En los últimos tiempos he disfrutado de montajes en donde un actor o actriz, destacados, los había conocido siendo niños, pero muy niños, por conocer de cerca a sus padres o madres. Y al verlas acaparando esa capacidad interpretativa, mi cabeza daba unas vueltas tremendas. Ayer domingo mismo, en el Teatro de la Abadía disfrutaba de un montaje muy honesto, muy aquilatado en todos sus elementos, “Los reyes del mundo” y como tengo la buena costumbre de no mirar repartos, ni programas de mano, más allá de lo imprescindible, al ver a Toni Gomila y a Rodo Gener, protagonizando la obra como actores maduros, haciendo personajes con ese fundamento actoral, me pasé un buen ato recodando algunas de sus obras primitivas, cuando estaban dando pasos hacia la profesión, algunos montajes muy arriesgados, y los miraba como si ellos hubieran madurado, cumplido años y yo fuera el. mismo. Y resulta que ese tiempo ha pasado a la vez, en ellos, y en un servidor, por lo que debido al contexto: sigo encontrando en las salas de los teatros de Madrid a donde acudo, una media de edad apabullante alta, me coloco en territorio de una ideal casa del Actor o Actriz, en la que hablemos, recordemos, vivamos de nuevo las experiencias que nos han ido conformando desde los años sesenta del siglo pasado hasta nuestros días, no tanto como un campo de batallitas ni de nostalgia, sino de aportar datos y experiencias para entender este oficio en estos momentos históricos .

Y como acostumbro a meterme en berenjenales que no me corresponden, como tengo activada una aplicación neuronal extraña que me hace ver siempre las botellas medio vacías, y siempre con la intención de vaciarlas del todo, lo referente a lo estructural, a lo institucional, a las faltas de políticas culturales puestas al día, a la falta de herramientas realmente eficaces para hacer funcionar los mecanismos existentes y algunas posibilidades de reactivarlas, cambiarlas, modernizarlas o lo que sea, al ver que uno señala, pero nadie ejecuta, al saber que nadie se ocupa de lo fundamental, os lo digo con todo el cariño, admiración y distancia de estar fuera de cobertura y ambición mayor, no sufráis en vuestros despachos, yo me preocupo. He decidido que esa va a ser mi misión, preocuparme sobre asuntos que no me atañen personalmente. Y seguir viendo a amigos, conocidos, jóvenes recién llegados hace unas décadas convertidos en actrices y actores de primera magnitud, dramaturgas o directores importantes. Y por muchos años y que yo lo pueda disfrutar y contar.


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