Críticas de espectáculos

‘Santa Perpetua’/Laila Ripoll/Micomicón

Una llaga sangrante

 

Obra: Santa Perpetua Autora: Laila Ripoll. Compañía: Micomicón. Intérpretes: Antonio Verdú, Manuel Agredano, Marcos León y Mariano Llorente. Escenografía: Arturo Martín Burgos. Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas. Iluminación: Luis Perdiguero. Dirección: Laila Ripoll. Teatro del Mercado (Zaragoza) 3 de marzo de 2011.

Si no fuera por que quedan, aún quedan, más de cien mil víctimas que duermen en cunetas o fosas comunes esperando que alguien las despierte para devolverles el reconocimiento y la dignidad de la memoria, la ‘Santa Perpetua’ de Micomicón tal vez no sería una obra necesaria. Es esta una de las cosas buenas de Laila Ripoll (autora y directora), que su teatro supera la simple diversión intrascendente y se instala en lo que es reclamado por la necesidad de la existencia.

Con esta propuesta se acerca nuevamente a las consecuencias de nuestra guerra civil (hay que recordar, por ejemplo, su magnífico ‘Los niños perdidos’) para hablarnos de las fosas del franquismo. Construye para ello un universo dramático habitado por unos personajes muy particulares, insólitos, casi inverosímiles si no fuera porque un notabilísimo trabajo interpretativo los convierte en seres vivos, creíbles y me atrevería a aventurar que inolvidables.

Perpetua (un auténtico regalo al que Marcos León sabe sacar partido de manera brillante) ejerce de santa milagrera y visionaria. Con sus estampas, sus reliquias, sus crucifijos. Recibir visitas, impartir bendiciones o sanar los vientres yermos forman parte de su negocio. Sus dos hermanos la atienden. Uno garante del estatus, el otro atolondrado e ingenuo. Como dos sacristanes. Como un carablanca y un augusto. Y un cuarto personaje, que llega para hacer que todo se tambalee, para remover la conciencia de la santa. ¿O tal vez no?

La escenografía recrea el interior de una vieja casa de pueblo. Un espacio más que atemporal, detenido en el tiempo. En él, Laila Ripoll escribe con gran acierto un discurso escénico lleno de equilibrio entre lo puramente visual y lo profundo del texto. Sabe encontrar el tono adecuado, medir con precisión el ritmo, el tempo, el punto de grotesco, de esperpento, de histrionismo, de comicidad de la que te pellizca las entrañas; sabe crear un espacio para la risa, para la emoción, para la inquietud. Lástima de ese final un tanto chirriante y forzado, no desde el punto de vista de lo dramático, sino desde su resolución y planteamiento escénico.

Joaquín Melguizo
Publicado en Heraldo de Aragón 5 de marzo de 2011


Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba