Críticas de espectáculos

Tirant lo Blanc/Calixto Bieito

Reverberaciones de un festín
Obra: Tirant lo Blanc
Autor: Joanot Martorell
Dramaturgia: Calixto Bieito y Marc Rosich
Intérpretes: Joan Negrié, Lluís Villanueva, Mingo Rafols, Nao Albert, Josep Ferrer, Carles Canut, Beth Rodergas, Roser Camí, Victòria Pagès, Begoña Alberdi, Marta Domingo, Belén Fabra, Alina Furman, Alicia Ferrer
Escenografía: Alfons Flores
Vestuario: Mercè Paloma
Iluminación: Xavi Clot
Música: Carles Santos
Dirección: Calixto Bieito
Producción: Teatre Romea, Institut Ramon Llull, Ayuntamiento de Viladecans, Hebbel am Ufer Schauspielfranfurt.
Teatre Atrium – Viladecans- 10-10-07
La adaptación a los escenarios de “Tirant lo Blanc”, la primera novela escrita en catalán por el valenciano Joanot Martorell, ha tenido en los últimos años varias propuestas. Ahora nos llega una espectacular a cargo de Calixto Bieito, con dramaturgia compartida con Marc Rosich, que ha sido la muestra teatral que la cultura catalana ha presentado en la Feria del Libro de Frankurt que se está celebrando estos días. La opción dramatúrgica de los adaptadores en esta ocasión ha sido la de hacer un retablo. Fragmentar los momentos más importantes de la historia narrada y presentarlos en escenas autónomas que van completando la mirada global. La tarea no es fácil, pero han logrado, en este terreno, darle una textura mucho más contemporánea, incluso, con aliteraciones, saltos de tiempos, rupturas argumentales que van descomponiendo en trozos la totalidad y se precisa una actitud muy entregada de los espectadores para ir seleccionando la información y colocándola en el sitio apropiado.
Es la parte estética la que marca de una manera excesiva todas las posibilidades de encontrar una línea de flotación al montaje. El espectador se siente náufrago, presa de tormentas y ciclones que no le aclaran sino que lo turban, que lo llevan y lo traen por lugares que en ocasiones nada parecen tener que ver con la historia narrada. Es la parte más espectacular, más tremendista, la que busca una lectura visceral, en momentos rozando el patetismo al forzar los tópicos de tal manera que parece en ocasiones sumergirse en los mismos y salir de ellos total impregnado. Son escenas de violencia, con iconografía muy populista, escenas en las que por las pantallas que presiden el espacio escénico, se ven imágenes de la famosa tomatina, mientras en la pasarela que forma el escenario se van sucediendo escenas escatológicas. Es una superposición de significantes que se ahogan, que, a nuestro entender, no se alimentan, sino que se restan eficacia.
No cabe duda de que estamos hablando de un gran espectáculo, que se ha hecho sin cortapisas económicas, ni de producción, que se busca lo extraordinario en todos los aspectos. Y quizás sea la parte musical, la creada por Carles Santos, la que le dota de una mayor entidad, la que le aporta una estética por la que podría transcurrir como fenómeno teatralmente mucho más importante y profundo. Pero esa parte se utiliza, pero de desestima posteriormente. Lo mismo que la parte interpretativa que cuando está controlada, cuando hay personajes desarrollados e interpretados con profundidad, llegan a la platea, no se produce ninguna barrera idiomática con el catalán antiguo, pero que cuando ese mismo texto está bombardeado por imágenes o sonidos, le quedan pocas posibilidades a los actores para defenderse y conseguir transmitir algo al espectador.
Tres horas de gran espectáculo en el que dos son una cascada de efectos, de efectismos, de escenas logradas, a veces sublimes, junto a transiciones tediosas, lo que deja a las claras su irregularidad, y que la hora final, cuando se ajustan todos los mensajes, cuando se llega con todas las claves a descifrar el enigma escénico, se puede disfrutar en mejores condiciones, aunque con los sentidos un poco agotados por lo anterior. Son las reverberaciones del festín teatral que requiere de dosificaciones más apuradas.
Uno percibe al reflexionar sobre este trabajo, sobre esta deslumbrante puesta en escena, una suerte de agotamiento, un desbordamiento, como si Calixto Bieito se hubiera vaciado, hubiera vertido todo su imaginario sobre este proyecto, y hubiera llegado a un punto y aparte. Parece difícil mantener un ritmo de creación de supraestructuras y acciones por encima de todos los textos. Con el respeto debido, sus calidades y capacidades deben alimentarse para no caer en un manierismo de la provocación, en un dislate de la dirección por encima de toda circunstancia, texto o intérprete.
Carlos GIL


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