Velaí! Voici!

Tradición y Escenas del cambio

Una vez más, cada día, cada mes, cada año, cada cierto intervalo de tiempo, me enfrento a la disquisición interna sobre la necesidad de cambios para seguir creciendo. Cambios positivos y progreso (porque también podemos experimentar cambios negativos y un retroceso).

El cambio, igual que la impermanencia y lo efímero, duele. Sobre todo para las personas dotadas de memoria o aquellas que no desean desprenderse de momentos de plenitud y felicidad. ¡Que haberlos haylos!

En todo caso, el cambio está en la base de la vida y de su imparable movimiento hacia la gozosa catástrofe final. Porque todo se acaba, es finito, aunque la energía no se cree ni se destruya, sino que se transforme.

En Galicia, por segundo año consecutivo, se celebra un FESTIVAL DE INVIERNO DE TEATRO, DANZA Y ARTE EN ACCIÓN, en el Museo Centro Gaiás de la Cidade da Cultura (Compostela). El nombre sugerente y provocativo de este festival es ESCENAS DO CAMBIO, con dirección artística del dramaturgo y poeta vigués Pablo Fidalgo Lareo.

Este año solo pude acudir a una jornada de ESCENAS DO CAMBIO en la que mi percepción ciertamente cambió y se amplió, gracias al viaje a otras latitudes teatrales alejadas de los centros hegemónicos de producción teatral europea.

El viaje a otras latitudes solo puede producir cambios si la viajera o el viajero escapan del complaciente rol de turistas e intentan integrarse en el paisaje cultural que visitan.

Quizás una de las condiciones para la integración en un paisaje humano y cultural ajeno sea conocer, compartir y experimentar las tradiciones, las historias de la comunidad y las pequeñas historias individuales que la conforman.

La integración en un sistema cultural diferente al nuestro implica, de alguna manera, una inmersión en las tradiciones y costumbres, en los hábitos que modulan los biorritmos y que delatan una idiosincrasia y unos mecanismos específicos de adaptación al medio.

Por eso resulta difícil pensar en una integración que se ciña al presente y prescinda del pasado y sus consecuencias.

Ninguna flor florece, ni ninguna planta germina, sin un suelo fértil en el que nutrirse. Y el terreno en el que nacen, su nación, determina algunas de las características intrínsecas, como ocurre, entre las plantas, con la hortensia, que cambia el color de sus flores según las condiciones del suelo.

Las ruinas que heredamos en el finis terrae europeo de Galicia no son las mismas que las heredadas en la República Democrática del Congo, aunque en ambos casos la búsqueda de la belleza, a través del arte, pueda contribuir a una experiencia salvadora.

Los mitos de antaño, igual que la construcción de mitos contemporáneos, nos ayudan a entender y mitigar los desasosiegos e incluso las heridas producidas por sucesos traumáticos.

Me refiero al caso concreto de FAUSTIN LINYEKULA, un narrador oral, dramaturgo, coreógrafo y bailarín del Congo, que vivió en su propia piel, y en la de sus allegados, los rigores de la guerra, con el terror y la miseria a la que da lugar.

En el festival ESCENAS DO CAMBIO, Linyekula presentó LE CARGO, un espectáculo literalmente fascinante en el que la capacidad para contar, para narrar dando forma a mitos (historias) recientes, nos permite un viaje a territorios alejados que, de repente, se nos acercan.

LE CARGO pone encima del escenario, en relación directa con la recepción, un relato oral que, además de acercarnos a otros paisajes humanos, crea un refugio de belleza contra la barbarie y la sinrazón de la violencia, de la censura, de la imposición.

Contar para mostrar.

Contar para hacer aparecer.

Contar para conjurar.

Construir mitos y transmitirlos de boca a oreja para mantener una memoria histórica que pueda servir de aprendizaje, que pueda servir de preparación para evitar nuevos capítulos de abuso.

Construir mitos para que la tierra sobre la que se yerguen no permanezca en silencio, como un cementerio.

Faustin Linyekula se presenta así mismo, despliega la fuerza y la atracción inmensas de la vulnerabilidad humana desnuda, sin adobíos, sin ostentaciones, sin impostaciones, desde una comunicación directa, abierta, amable, honesta.

Viene con su taburete de madera y sus libros fetiche. Un taburete artesanal, tallado con una figura alegórica que sujeta un disco sobre la cabeza.

Se sienta sobre el disco que sujeta el hombrecito del taburete y nos habla acercándose al micrófono. Su voz es solar, cálida, redonda, tan acogedora como su mirada. Comienza el flujo de la narración. Comienza un flujo energético que pasa del modo hablado al modo danzado.

En LE CARGO, narración oral y danza forman parte de un concepto vibratorio expresivo con el que se compone un espectáculo sortilegio.

Las historias de las personas concretas de un pueblo concreto del Congo.

Las músicas y percusiones concretas de un pueblo concreto.

Los movimientos concretos de la pelvis, la cintura y la cabeza, de las danzas concretas congolesas.

Las determinaciones étnicas del color de la piel, de la forma del cuerpo…

Los momentos en los que Linyekula danza en el centro de un círculo dorado de luz, realizado con los focos en el suelo en redondel, para hacer crepitar su figura chamánica.

O los momentos en los que danza entre los haces lumínicos laterales, para activar una danza telúrica.

En un ordenador portátil, situado en el proscenio, al final del espectáculo, nos enseña un álbum de fotos de sus familiares y vecinos, de las gentes de su pueblo.

Lo testimonial se integra en el ritual de la danza y de la narración oral, dentro de un flujo energético inmersivo.

A partir de ahí, el cambio dependerá de nuestra capacidad de empatía y de nuestra sensibilidad en el viaje.

El domingo 7 de febrero de 2016, además de LE CARGO de Faustin Linyekula, también pudimos asistir a OTTOF de la Compañía O de Marruecos, con dirección y coreografía de BOUCHRA OUIZGUEN.

OTTOF, que en bereber significa hormigas, nos muestra a cinco mujeres que actúan una danza en varias fases hacia la liberación. Desde una extremada lentitud silente, bajo el auspicio del misterio e incluso del terror, hasta el grito pelado, las promesas de amor, la ostentación de las carnes contra el canon de belleza occidental y contra la represión del cuerpo o su confinamiento tras la ropa, o aquel otro confinamiento del cuerpo sin ropa objetualizado.

Estas cinco mujeres muestran la enorme dignidad de la desvergüenza, la enorme necesidad del grito, la enorme necesidad de la presencia asertiva, que delata ámbitos clausurados que es de justicia abrir.

La acumulación de ropajes multicolor convierte a las mujeres en figuras, en esculturas y el escenario, sobre todo en la primera parte de OTTOF, en una especie de instalación plástica, en la que la ralentización y la intensidad de la mirada, parecen convocar presencias ausentes y derivar hacia una vertiente de una teatralidad performativa posdramática simbolista.

Esa acumulación de ropajes superpuestos, de colores chocantes, también evoca las ferias y mercados de Marruecos, los zocos árabes.

La caja blanca escénica, teñida por la incidencia de los juegos de luces y la producción de sombras y siluetas, es dúctil a ese espacio dinámico de esta danza creciente, que remata en canto ritual de honda raíz étnica y en una liberación que se contagia al graderío.

Los giros circulares, las carreras, el lanzamiento de ropas, los aspavientos… todo se conjura en una ceremonia gozosa que se va construyendo, poco a poco, con un deambular mágico que es, a la vez, un trabajar como el de las hormigas.

La danza en OTTOF, curiosamente, no parece danza. El teatro en OTTOF, curiosamente, no parece teatro.

Aquellas mujeres están ahí, tan cerca y, a la vez, tan lejos de nosotras/os, como en un espacio mítico atemporal y ahistórico. Sin embargo, sus ropajes, sus determinaciones étnicas, sus palabras, su canto, y la inflexión de su gestualidad, incluso el reflejo que se asoma por su mirada, nos llevan hacia sus orígenes, hacia Marruecos.

Bouchra Ouizguen nos cuenta a través del testimonio directo de las presencias de esas mujeres resistentes, de unos cuerpos y unas vestimentas que figurativizan alegóricamente un estilo de vida, una idiosincrasia, una modulación sociocultural determinada, y que el escenario no solo muestra sino que, también, deconstruye.

Los movimientos cotidianos, en ese camino del juego escénico, se descoyuntan y adquieren otras dimensiones, así también las identidades.

Tanto en LE CARGO de Faustin Linyekula, del Congo, como en OTTOF de Bouchra Ouizguen, de Marruecos, realizamos un viaje inmersivo que nos saca de nuestras coordenadas socioculturales y, por supuesto, teatrales, para proyectarnos empáticamente en otros paisajes humanos.

La conexión aquí se produce en el centro de nuestro cuerpo, ese lugar fundamental para mantener el equilibrio en el movimiento. El centro del cuerpo, o centro energético, que se activa necesariamente para mantener el equilibrio cuando intentamos elevarnos sobre las puntas de los pies. Es en esa zona donde se localiza el enraizamiento y también la conexión en este tipo de experiencias teatrales.


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