Críticas de espectáculos

Un Picasso/Jeffrey Haycher/Metrópolis Teatro

Sobre el arte
Obra: Un Picasso
Autor: Jeffrey Hatcher
Versión: Nacho Artime
Intérpretes: Ana Labordeta, José Sacristán
Escenografía y Vestuario: Javier Aoiz
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Dirección: José Sacristán
Producción: Metrópolis Teatro
Salón de Actos Complejo Educativo – Eibar – 28-02-07 – XXX Jornadas de Teatro
A Pablo Picasso, durante la larga noche de la ocupación nazi de París fue detenido a la salida de un restaurante y llevado a un sótano donde una funcionaria le interrogó con el fin de que autentificara unos cuadros con su firma. Este hecho parece que fue cierto, aunque estemos ante una reconstrucción imaginativa del autor que logra en noventa minutos acercarnos a la figura de Picasso, a sus conceptos de la pintura, a explicarnos su relación con la política, y a entender que el régimen nazi no fue una simple atrocidad bélica y sanguinaria, sino que se trataba de un totalitarismo que se ocupaba también del arte y de su formas, y por extensión de los artistas.
Se trata, pues, de una obra situada a partir de un hecho histórico, en el que además de todas esas connotaciones, se trata de un duelo, entre el pintor y la funcionaria cultural, una enamorada del arte picasiano, que incluso deja entrever una cierta atracción por el hombre, o al menos por su fama de mujeriego. Es la parte del juego dramático básico, con engaños, patrañas, amagos para cada cual conseguir sus objetivos. Porque ella está encargada de hacer una gran hoguera con los cuadros de los pintores más famosos de las vanguardias de mediados del siglo XX, un akelarre para terminar con unas forma pictóricas rompedoras e instaurar las que proponía la locura grandilocuente del III Reich, con un Hitler con ínfulas de pintor.
La funcionaria se conforma con un Picasso, y le devuelve los otros dos, pero debe autentificar su originalidad. El pintor asegura que los tres son imitaciones, pero al final acaba haciéndole un dibujo. Hay una gran habilidad estructural. Los diálogos son muy precisos, cargados de contenido. Ayudan a perfilar dos personajes muy sólidos, y en este caso, José sacristán, autodirigiéndose, propone un Picasso distante, cínico en ocasiones, muy rápido de reflejos, muy comprometido con el are, con la pintura, que se escapa a los acosos de significación partidista. Ana Labordeta plantea un personaje más lineal, con sus contradicciones y sus dudas. Una escenografía realista, grandilocuente, una iluminación que ayuda a marcar el paso del tiempo y unos pocos efectos sonoros y musicales nos deparan un buen trabajo teatral, que ayuda a entender a un genio, una época y a comprender algo más sobre el arte.
Carlos GIL


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